lunes, 4 de marzo de 2013

JANTARO EN EL MUNDO DE LOS SHINIGAMIS CAP. 7


Hoy podréis disfrutar del capítulo 7 de “Jantaro en el mundo de los Shinigamis”.


EL BARÓN INCOMPRENDIDO

El mercado estaba repleto de gente. Todas las calles de Artol, capital del reino del Señor de Larimar se llenaban de puestos  de comida, de orfebrería y de todo tipo de artículos de lujo. También había tramoyistas que instalaban los decorados para que los actores interpretaran obras de teatro. Malabaristas hacían su número con palos en llamas. Viejos, jóvenes y niños disfrutaban de aquel día festivo. Gatira paseaba por la calle mayor disfrutando del gentío. Le gustaba el pueblo llano, su forma de ver la vida, simple y sin complejos. Viviendo el momento. Al pasar por un puesto de la calle de los joyeros se detuvo a observar un collar de piedras rojas que rodeaban un ojo azul que estaba guardado en una vitrina de cristal.
     ─Qué maravilla ─ expresó cuando lo vio. El mercader, un hombre gordo con un gran mostacho rápidamente dijo:
     ─Es muy bello ¿verdad? Digno de una soldado tan atractiva de la guardia.                         
     ─Ella le miró recelosa. Estaba claro que había reconocido su uniforme.
     ─ ¿Qué piedras son?
     ─Son rubís, y el azul es un zafiro.
     ─ ¿Cuál es su precio? ─preguntó con indiferencia.
     ─Trescientas monedas de Larimar ─dijo como si nada.
     ─ ¡Ni mi casa vale tanto dinero!
 A su lado oyó una voz.
     ─  ¿Sabéis señora, que el rubí simboliza al fuego y la fuerza mientras el zafiro es el emblema de los inmortales?  En algunos mundos  lo relacionan con la sabiduría.
Gatira se volvió hacia atrás y vio al conde de Sartas que la saludaba con un gesto.
     ─Ah, sois vos señor conde. ¿Sois un experto en joyas tal vez?
     ─Soy noble, entra dentro de mi educación conocer las distintas piedras que se utilizan en el sutil arte de la orfebrería.
La muchacha empezó a andar ignorando la respuesta.
      ─Veo que todavía no soy digno de vuestra confianza. Ya os dije que me llamarais Vladimir.
Ella se paró en seco.
     ─ ¿Qué queréis de mí?
     ─Yo sólo os he visto y deseaba saludaros. Quizá intente haceros ver que no todos los nobles son iguales o quizá sólo quiera caminar con vos. Pasead conmigo esta mañana, os dará la oportunidad de cambiar vuestra opinión sobre mi persona.
Gatira se quedó helada. Ella no era tan arrogante para insultarle en la cara.
     ─La calle es de todos señor Conde, podéis acompañarme.
Pasaron por diferentes puestos sin hablarse hasta que él rompió el silencio;
     ─ ¿Os gusta el teatro de marionetas?
     ─ Eso es para niños ─replicó ella.
     ─Sí, es cierto.  Aunque creo que si nos introducimos en el papel de un simple infante disfrutaremos del espectáculo y olvidaremos que yo soy un malvado conde y que vos es una valiente guerrera.
Ella empezó a reírse y levantando el brazo le dijo.
     ─Vamos, os sigo.
A los diez minutos llegaron a una pequeña explanada repleta de chiquillos sentados en el suelo. Al fondo había un retablo donde los titiriteros se ocultaban para dar más realismo a sus personajes. El fondo, coloreado en un papel, imitaba un amanecer en las montañas, en primer plano y dominándolo todo, aparecía un castillo.
     ─Señorita ¿deseáis tomar asiento? ─dijo Vladimir.
Ella se sentó en el suelo y un niño lleno de pecas le saludó con la mano. Sorprendida, pues no le conocía, se lo devolvió sin entusiasmo.
     ─Veo que habéis hecho un amigo ─sonrió el conde.
Ella iba a responderle cuando una música de flautas empezó a sonar.
     ─Atención, empieza ─dijo Vladimir.
En el escenario surgieron  dos  marionetas. Una simulaba a un hombre bajito, obeso y con perilla, con ropas muy lujosas. La otra era una muchacha delgada y guapa vestida de criada.
     ─Señor Barón; ¿cuándo voy a poder volver a mi casa? ─dijo la mujer.                       
     ─ ¡Ja, ja, ja! Nunca mi señora, vuestro padre el rey os vendió para que no devastara vuestro reino. Viviréis en la servidumbre por toda vuestra vida a no ser que me aceptéis como marido.
Ella, llorando, le contestó.
     ─No, jamás seré vuestra, mi príncipe me rescatará.
     ─ ¿No os recuerda a alguien conde? ─se jactó divertida.
     ─Sí, la mujer es igual de tozuda que vuestra persona.
Ella se dio la vuelta hacia él, pero un niño se puso un dedo en la boca mandándoles callar. Los dos siguieron viendo la obra y el semblante de ella relucía. Reía en algunas escenas e incluso se pudieron ver algunas lágrimas cuando el Barón mató al padre de ella. Vladimir se asustó, un extraño sentimiento cálido que
nunca había sentido emanaba de su cuerpo y llegó a su momento álgido cuando se sorprendió  poniendo sus  ojos sobre ella y Gatira le devolvió la mirada.
     ─ ¿Creéis que debo ponérmelo? ─preguntó, intentando relajar la tensión.
     ─ ¿El qué, Conde?
     ─Pues que va a ser; el bigote.
     ─No, creo que estáis más guapo sin él.
Al instante se dio cuenta de su desliz.
     ─No he querido decir....
Pero él cambio de tema rápidamente.
     ─Mirad, el príncipe malvado está luchando con el pobre barón incomprendido.
Ella se alegró del bote salvavidas que él la había lanzado.
     ─Creó que lo tenéis muy mal, vais a ser asesinado.
En el escenario el barón yacía muerto por una estocada y a su lado el príncipe y la criada se daban un beso. El telón calló dando por finalizada la obra y los aplausos resonaron en todo el recinto.
     ─ ¿Os ha gustado? ─preguntó Vladimir mientras se dirigían hacia una de las calles adyacentes.
     ─La verdad es que  he disfrutado mucho ─ sonrió con agrado.
     ─Habéis visto como el auténtico inocente es el Barón.
     ─ ¿Qué? ─preguntó con curiosidad.
     ─Él es la verdadera víctima. El barón está enamorado de la criada, aunque ella no le acepta. Hasta se arriesga por ella prometiéndola matrimonio en contra de las reglas establecidas.
     ─Eso es una tontería, ella es una princesa ─replicó Gatira
     ─No; el padre de ella es enemigo de su pueblo y para calmar al suyo, la convierte en criada. Pero ella le traiciona con el pomposo príncipe­.
 Ella, fascinada, se detuvo en la calle.
     ─Tenéis un don para darle la vuelta a la verdad.
Él la señaló con la mano.
     ─ ¿Veis el mundo?, la verdad depende siempre del punto de vista del que lo cuenta.
Entre las sombras alguien les observaba. Iba vestido con ropas corrientes. Camisa negra y pantalones azules. Intentaba pasar inadvertido entre la gente. Vladimir se dio la vuelta y le vio leyendo un libro disimuladamente, uno de los muchos que había en pequeñas mesas para su venta.
     ─ ¿Ocurre algo Vladimir? ─preguntó ella.
     ─ No, solamente que me alegra que  hayas mencionado mi nombre.
Hacía tanto tiempo que no me divertía tanto. Él es muy agradable. ¿Pero qué relación tiene con el Capitán? pensó, mientras recordaba la reunión con el Señor de Larimar.
     ─ ¿De qué conocéis al Príncipe Asino? ─y cuando hizo la pregunta se arrepintió enseguida por no ser más sutil.
     ─Yo estoy en un comité designado por el Señor de Larimar para averiguar las diferentes formas de convivencia y armonía entre la nobleza y el resto del pueblo. Por lo que imaginarás que no soy muy bien visto entre mis iguales. Porque sería una pérdida de sus privilegios. El príncipe es el encargado de mi seguridad
     ─ ¿Queréis decir que ahora estamos siendo vigilados?
     ─Sí, exactamente. Procuran no inmiscuirse en mi vida privada. ¿Veis a ese hombre que hace que lee? ─señaló hacia el puesto de libros─. Es un agente imperial que lleva siguiéndonos un buen rato. Aunque claro, acompañándome la segunda al mando de la guardia personal, no creo que nadie se atreva a acercarse.
     ─De eso debéis estar seguro ─confirmó ella entre risas.
     ─ ¿Qué os parecería continuar con vuestro pluriempleo esta noche cenando conmigo?
A ella se le ruborizaron levemente las mejillas.
     ─Está bien Conde, pero yo elijo. No quiero ir a uno de esos sitios elegantes donde uno debe dar las gracias por pagar un dineral por la comida. ¿Conocéis la calle de los Buhoneros? Hay un pequeño restaurante llamado “El Pequeño Paje”. 
     ─Sí, conozco el sitio aunque nunca he comido allí. ¿A las nueve os parece bien?
     ─Allí nos veremos. Por supuesto invitáis vos. Sois el noble pomposo y rico.
Sin esperar contestación se fue calle abajo, dejando a Vladimir en medio de la gente, observando cómo se iba.
Gatira se dirigía con paso ligero hacia los cuarteles generales de la guardia. Se me ha pasado el tiempo volando, se dijo a sí misma mientras miraba el reloj que había en uno de los edificios más importantes de la ciudad.
En las oficinas generales, Gatira  sentada en su despacho, estaba terminando de revisar algunos informes.
     ─ ¿No es día de fiesta?
Delante de ella estaba el Príncipe Asino apoyado sobre la puerta.
     ─Eso creo, pero el tirano de mi capitán ha ordenado que estos informes de situación estuvieran listos para el viernes a primera hora ─dijo levantando la vista de su escritorio
     ─Sí, hay unos abusos. Pero yo, el séptimo Príncipe del reino tiene el deber de gratificar a los que están bajo su mando.
Tengo dos entradas para ver tu obra favorita “El Sendero sin final”. Son para esta noche en el teatro real.
Gatira le miró recelosa y una sonrisa de superioridad se dibujó en su cara.
     ─ ¿Por qué no quieres que vea al conde esta noche?
     ─ No sé a qué te refieres ─dijo inocente.
     ─Bueno, situémonos en antecedentes. Primero, que casualidad que hoy sea la primera vez que me solicites una cita, cuando yo he quedado para cenar esta noche con Vladimir. Segundo, como eres el responsable de su seguridad sabes perfectamente que he estado con él en el mercado y te habrán informado incluso de nuestra conversación, y tercero, vi que no te caía nada bien e incluso noté algo de odio en tus ojos cuando me lo presentaste. ¿Tengo razón? ─Asino la miró con agrado.
     ─Tenía que intentarlo, pero como sabía que  ibas a pillarme te he traído esto ─y la lanzó una carpeta.
     ─ ¿Qué es? ─preguntó recogiéndola de la mesa donde había ido a parar.
Es el expediente privado del Conde Vladimir  Sartas. Te lo resumiré. El padre de Vladimir era el Conde Rupert Sartas. Éste se enamoró locamente de una cortesana de palacio y en contra de todos se casó con ella. Todo era felicidad entre la pareja hasta que ella dio a luz a dos niños. Cual fue la sorpresa del marido cuando por casualidad vio el asesinato de uno de sus hijos a manos de su mujer. Pues lo que él no sabía era que ella era un demonio de alto rango del inframundo. ¡Qué traumática debió ser la imagen de su propia mujer transformada en un ser despiadado que mataba a su propio vástago! Así que el conde la asesinó con su espada. Creyendo que su otro hijo estaba muerto o quizá a causa del trauma por asesinar a su esposa, esto no se sabe con certeza, se quitó la vida.
Gatira había dejado de respirar. Entonces con balbuceos preguntó.
     ─Entonces; ¿él es...?
     ─Exactamente, él es medio demonio. Fue desterrado hasta que por orden de mi padre se le devolvieron las tierras y su título hace cinco años.
El Príncipe salió de la habitación pero antes de irse dijo.
     ─Mi oferta para el teatro todavía está vigente.
Ella le observó y contestó.
     ─Prefiero estar sola.
Él hizo un ademán con la cabeza y salió de la estancia.
Gatira cogió la carpeta y mirándola con recelo la guardó en su escritorio cerrándolo con llave y siguió con los informes que tenía que entregar.
……………

Vladimir estaba de pie delante de la puerta del restaurante. Se había vestido con un traje azul y una capa de color granate. Ella llegó media hora  tarde. Cuando la vio aparecer por la calle, él no pudo contener un pequeño suspiro de sorpresa y admiración. Llevaba un vestido rojo ajustado y el pelo suelto tapándole los hombros.
     ─ ¿Os he hecho esperar mucho Vladimir? ─preguntó cuándo le tuvo enfrente.
     ─Es un placer, si como recompensa me puedo deleitar con vuestra belleza.
Ella se rió y con el brazo derecho le golpeó en su hombro.
     ─No seáis pedante, eso no va con vuestra personalidad. Pasemos. Estoy ansiosa de probar el pescado del día.
Él la siguió hacia la puerta y  la abrió para que ella pasase.
     ─Solo pretendo ser educado ─dijo para justificarse.
El restaurante era una copia de un castillo de tiempos anteriores. Las paredes estaban pintadas con escenas de caballeros que montaban en blancos corceles, unos  farolillos de color rojo alumbraban el local dando un ambiente de intimidad. El camarero los guió hasta  una mesa pequeña con un mantel blanco. Estaba decorada con una vela y unas flores. Las sillas eran de madera y cada una tenía un cojín azul.
Los dos se sentaron y Gatira sin darle importancia preguntó.
     ─ ¿Habéis perdido facultades?
     ─ ¿Y eso?­ ─ respondió escéptico.
     ─ Creí que me retirarías la silla. Os lo digo porque es lo que se suele hacer.
     ─Lo recordaré para la próxima. Puertas no, sillas sí.
Los dos se rieron a la vez. El camarero vino con las cartas y ella con un gesto con la mano le paró.
     ─ ¿No había ya algo encargado?
     ─Sí señora, os las traía por si querías algo más ─replicó éste último.
     ─No, no es necesario. Gracias.
Vladimir se quedó de piedra. Él nunca perdía el control de la situación. Aquello le desbordaba, pero la miró a los ojos y  por una vez en su vida decidió dejarse llevar.
     ─Ya veo que lo tenéis todo preparado.
     ─ Pero recuerda que la cuenta al final la pagarás tú.
     ─ Hasta me tuteáis. Sin duda voy por el buen camino.
 La comida fue servida en campanas de metal que fueron retiradas a la vez.
      ─Disculpen señores: es una lubina a la plancha, con hierbas del monte, aderezada con una salsa de setas de temporada caramelizadas y cebolletas salvajes ─dijo el camarero retirándose.
Ella  observándole le dijo.
     ─Esperó que lo disfrutes, es mi plato favorito, el pescado está en su punto.
Él se llevó un trozo a la boca.
     ─Maravilloso. Está realmente bueno.
Ella feliz empezó a comer con pasión una de las setas.
     ─Sabes Gatira, curiosamente esa lubina también existe en otras realidades. Casi todos los animales se repiten en diferentes mundos, hay excepciones claro.
Ella tomó un poco de agua de una copa de cristal y dijo.
     ─ Habéis viajado por muchas dimensiones por lo que veo.
Él se puso tenso, pero la muchacha no lo advirtió.
     ─Sí. He viajado bastante.
Ella vio el momento para llevarle a su terreno.
     ─ ¿Habéis visto demonios en vuestros viajes? Siempre he querido luchar contra uno de ellos.
     ─Pues no os lo recomiendo, son extremadamente fuertes y la compasión no está en su naturaleza.
Ella ignoró el comentario que daba a entender que era débil y prosiguió.
     ─He oído hablar de uno en especial, un tal Astel.
Vladimir soltó una carcajada que hizo que toda la gente del restaurante se les quedará mirando. Gatira asombrada le miraba con incertidumbre
     ─Habéis hablado con El Príncipe Asino. ¿Verdad? ─ella afirmó incrédula─. Por alguna razón que no entiendo os interesa ese demonio y como habéis averiguado que yo soy medio humano habéis aprovechado para interrogarme sobre ese sujeto. Por lo que vuestro interés por mi persona era fingido ─moviendo la mano llamó al camarero─. La cuenta por favor. Yo cumplo mis promesas.
Ella se puso roja de rabia y agarrando el cuchillo lo clavó en la mesa cerca de la mano de Vladimir.
     ─ ¡Tú eres idiota!  
Él se quedó sorprendido de que alguien se atreviera a chillarle y ella aunque estaba lanzando chispas por los ojos bajó el tono de voz.
     ─Mira Vladimir, a mí me da igual que seas medio demonio o medio monstruo de los dulces de frambuesa. Yo no intentó utilizarte, quítate esa idea de la cabeza. Yo he venido esta noche aquí contigo porque disfrutó de tu compañía. Es cierto que  tengo un interés por ese tipo, pero no tiene nada que ver contigo.
El camarero llegó con la cuenta en la mano y Vladimir  cambió de opinión.
     ─Disculpe, tráiganmela al final de la cena por favor.
Ella se relajó un poco al escucharle.
     ─Tomad vuestro cuchillo.
Con una mano se lo acercó después de desclavarlo de la mesa.
     ─Gracias. Disculpadme, tengo mal genio.
Vladimir apoyó sus manos en su cuello estirándose y aspiró preguntando.
     ─ ¿Qué sabéis exactamente de mí?
Ella, que había comenzado a comer otra vez dejó el tenedor en la mesa.
     ─Sé lo de vuestra naturaleza, lo de vuestros padres y que fuisteis desterrado.
     ─Sabed que las cosas no son lo que parecen. Mi padre si sabía que mi madre era un demonio. Uno muy poderoso llamado Hataris. Se dice que estos no pueden amar, aunque yo creo que ella si se enamoró. Mi madre tenía que matar a uno de sus dos hijos, es la ley entre los de su pueblo y tiene una razón de ser. Cuando nacen dos gemelos uno debe ser sacrificado o los dos perecerán cayendo enfermos. Solo puede haber una inmortalidad  y al nacer dos seres esta los devora por dentro a no ser que una de las vidas sea sesgada. Mi madre tomó una decisión y aunque su naturaleza era la de alguien que no tiene sentimientos, la culpa y el dolor que le produciría a mi padre pudo más  que su deseo de vivir y se cortó la cabeza. Mi padre, que no sabía nada y vio a los dos muertos pensó que yo también lo estaba. Se suicidó en la misma habitación.
      ─Lo siento Vladimir ─dijo ella de corazón.
     ─Ese tal Astel es un demonio de alto rango, nadie jamás lo ha visto. Sus asesinatos son famosos. Os intentaría convencer de que no os acercarais a él, aunque creo que no me haríais caso. ¿Verdad?
     ─No, pero gracias por preocuparos.  Y ahora me gustaría pedir el postre. ¿Qué os parece dulce de frambuesa?
Él se rió y con sarcasmo dijo.
     ─ Por supuesto, yo soy un monstruo comiendo frambuesas.
La cena acabó con bromas, tanto uno como otro se sentían realmente bien juntos. Salieron del restaurante y Vladimir le dio un pequeño codazo para que observara a un hombre que estaba esperando en la puerta.
     ─Es el de la librería. ¿Es posible que se haya cambiado de ropa? ─dijo ella divertida.
     ─ ¿Qué tal si le despistamos?
     ─Bien, tú corre cuando yo te diga.
Ella sacó su espada  y diciendo unas palabras paró brevemente el tiempo. Tocó el brazo de Vladimir y éste volvió a la normalidad.
     ─ ¡Ahora! ¡Corre!
Cuatro calles más allá se pararon los dos, jadeando.
     ─ No entiendo ¿dónde la tenías escondida? ─dijo Vladimir observándola de arriba a abajo.
     ─Vamos conde, no seáis tan impetuoso, son cosas de mujeres. 
Vladimir la agarró del brazo y la atrajo hacia él. En ese instante una daga pasó donde ella estaba antes.
     ─ ¡Cuidado! ¡Nos atacan!
Estaban rodeados por seis personas armadas con cuchillos.
     ─No puedo parar el tiempo tan seguido ─dijo alarmada Gatira.
Él le sonrío y cogió su espada.
     ─ ¿Me la prestas?
Fueron unos doce segundos. Surgieron cinco Vladimir donde antes había uno, se pusieron uno a uno enfrente  de los asaltantes. Su rapidez era tal que los asesinos no pudieron ni parpadear cuando fueron desarmados. Huyeron despavoridos por el callejón. Éste volvió a ser uno solo.
     ─Aquí tenéis vuestra arma, muchas gracias.
Ella intentó no perder la calma.
     ─Muy bonito y visual pero ¿no hubiera sido más inteligente coger a uno para interrogarle?
     ─No es necesario, los han mandado algunos nobles.
Vladimir sintió otra vez la misma sensación que en el teatro de marionetas, pero esta vez no intentó apagar ese sentimiento.
     ─ Creo que habéis faltado a vuestro trabajo
     ─ ¿A sí? ¿Cuándo?
     ─He sido yo el que te ha protegido y no a la inversa. Esto merece un castigo.
Gatira se rió tan cerca de él que casi se rozaban.
     ─Llevas razón mi conde. Debo de sufrir un gran correctivo ─y apoyando sus labios en los de él sus almas se entrelazaron parando completamente el tiempo. 

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