lunes, 11 de marzo de 2013

JANTARO EN EL MUNDO DE LOS SHINIGAMIS CAP. 9



Capítulo 9 de “Jantaro en el mundo de los Shinigamis”. La trama se empieza a complicar.


UNA MISIÓN, UNA AMENAZA

Vladimir estaba en los aposentos de su castillo cuando una luz débil se apareció ante él. Era un Fuego Fatuo de un metro de altura, Vladimir lo observó y éste empezó a cambiar de color combinando el violeta con el azul intermitentemente.
     ─ ¿Qué, traes un mensaje de Daror, señor del inframundo para mí?  De acuerdo, dámelo ─dijo.
La luz se tornó ahora en verde, rojo y centelleantes combinaciones de ambos, estuvo varios minutos así hasta que volvió otra vez a la normalidad. Entonces Vladimir se levantó de la silla y se dirigió a la puerta, pero antes de salir le indicó:
     ─Dile a tu señor que voy para allá
El Fuego Fatuo desapareció de la sala. A Vladimir no le gustaba ir al inframundo. ¿Qué quería Daror de él? ¿Por qué le invocaba en persona?  Normalmente se comunicaban por el espejo de su despacho, que abría un portal entre las dos realidades. Él tenía miedo de que supiera de su relación con Gatira; no por él claro, sino por ella. Si éste tuviera conocimiento de su amor ella estaría en peligro. Se habían estado viendo mucho últimamente, y aunque había estado vigilando al Príncipe Asino para que tuviera la boca cerrada, no estaba seguro de que no se hubiera comunicado con el infierno. Él sabía que éste también estaba enamorado de ella y si Daror llegaba a enterarse es probable que la mandase asesinar. Llegó a las mazmorras del castillo con un gran sentimiento de preocupación, intentó concentrarse y moldeó su energía espiritual  imaginando que estaba en la tierra del inframundo.
Vladimir surgió en aquella dimensión desolada, yerma y fría; miraba a un lado y a otro viendo esqueletos encadenados, gimientes, trasportando piedras gigantescas sobre sus hombros, detrás pequeños demonios les castigaban con fuego, golpes y latigazos. Eran antiguos seres tanto de origen demoníaco o no que habían sido castigados por toda la eternidad por Daror. El aire era denso y transportaba un gemido diabólico. La tierra árida y sin vida estaba cubierta por un velo negro. El castillo del señor era una figura fantasmagórica que desafiaba las leyes físicas, era de color grisáceo, se asemejaba  a una hidra, con tres cabezas que eran tres torreones. La entrada estaba recubierta de afiladas puntas de metal que amenazaban con clavarse al inconsciente que traspasara sus dominios sin la debida invitación. Dos Orlgas armados con gigantescas mazas de hierro guardaban sus puertas. Estos eran demonios de más de tres metros de altura entrenados en el combate cuerpo a cuerpo.
Eran muy rápidos a pesar de sus inmensos tamaños y muy letales. Sus corazas estaban hechas de un mineral que sólo se encontraba en esa tierra maldita; era casi impenetrable. Cuando él pasó a su lado no se movieron ni un ápice. Entró dentro y allí estaban las  escaleras de la desesperación, laberínticas, interminables. En el suelo, dibujada en sangre había una estrella de cinco puntas invertida. Desenvainó un cuchillo y se hizo un corte en el brazo derramando la sangre en el símbolo, éste se iluminó y desapareciendo las otras; sólo una escalera quedó. Subió por ella mientras miraba una lámpara negra en forma de pájaro Fénix que emanaba una tenue luz por el pico.
El piso superior estaba decorado por cabezas disecadas.  Dragones, shinigamis, ogros, toda clase de seres de otras realidades. Se acercó a una puerta roja y la abrió, daba a un pasillo oscuro lleno de celdas a cada lado. Estaban repletas de seres elementales. De fuego, de aire, de tierra y de agua. Estaban allí porque eran una fuente de poder para el señor Daror. Caminó con paso ligero por las celdas. Más de uno había perdido un miembro por quedarse mirándolos. Salió de la estancia y notó una sombra detrás de él, ágilmente desenfundó su espada y bloqueó unas garras largas y negras.
     ─Buenos reflejos. Hacía tiempo que no nos veíamos ─dijo un demonio negro como el carbón con la cara tatuada con cruces rojas. Sus brazos musculosos terminaban en  uñas afiladas como guadañas. Alzó el otro brazo y atacó con él. Vladimir dio un salto hacia atrás y lo esquivó.
     ─Siempre es un placer saludarte Garot. Veo que no te haces últimamente la manicura.
     ─Ten cuidado Astel. Si cometes un error me verás  a tu espalda y no precisamente dándote un masaje ─y se dio la vuelta introduciéndose por una puerta lateral.
Vladimir suspiró aburrido y entró en la sala del trono del Señor de los Demonios. Al instante hincó las rodillas en el suelo y bajó la cabeza sin mirar.
     ─Levántate Astel y acércate.
Una voz ronca y grave retumbó en la sala. Vladimir se incorporó y observó la decoración con tapices recreando escenas de batallas pasadas y más cabezas disecadas en las paredes. Algunas de ella, totalmente deformadas. Caminó por una alfombra roja que llevaba a un trono de calaveras de distintos seres. Se decía que eran los cráneos de sus enemigos. Detrás de él, grandes llamaradas de fuego  salían del interior de la tierra.
Daror jugaba con ellas como un niño jugaría con pompas de jabón. Vestía una túnica negra que cubría su cuerpo completamente, no era más alto que un ser humano normal, pero su cara deformada por las luchas dejaban ver parte de su esqueleto, sus ojos eran de color rojo y atravesaban el alma de aquellos que se atrevían a fijarse en él. Daror le dio el alto con su mano. Tenía siete dedos muy largos con las uñas oscuras. Vladimir se detuvo al instante.
     ─Mi señor, me habéis llamado ─dijo Vladimir sin que le temblara la voz. El Señor del Inframundo hizo una mueca que pareció una sonrisa.       
     ─Eres mi demonio favorito. Me gusta como controlas tus emociones.
     ─Gracias Señor.
     ─ ¿Qué tal está nuestro príncipe renegado?
Cada vez se acercaba más a Vladimir.
     ─Bien, como sabéis ya tenemos la espada.
Daror se puso enfrente de él y éste notó su aliento en su cara.
     ─No me gustan los fracasos ─detrás de él una de las paredes explotó.
Vladimir no se inmutó pero una sensación de pánico invadió su cuerpo.
     ─Mi Señor, toda está saliendo según el plan.
     ─Eso espero por tu bien, pero ahora te voy a mandar a otra misión. Será sencilla para un demonio de tu poder. Aunque otros hayan fracasado antes. Daror señaló una de las paredes esta se volteó y apareció un demonio atado con grilletes. Su cuerpo estaba mutilado, sólo su cabeza estaba intacta. Se acercó a él, movió su mano a la derecha señalándole con un dedo y  una calavera cayó al suelo, consumiéndose en llamas azules.
     ─Bien, deberás ir al mundo de los shinigamis y matar a un chico llamado Jantaro. Tampoco te confíes, ya ha salido ileso de dos ataques. Termina también con los demonios que ese infeliz que está en el suelo mandó para hacer el trabajo. No tolero a los débiles. Tienes carta blanca.
Vladimir  asintió.
     ─Señor iré primero al reino de Larimar...
En ese momento un grito ensordecedor hizo temblar la sala interrumpiendo a Vladimir.
    ─ ¡No, iras directamente a donde yo te he mandado! ─ ¿Lo has entendido? ─dijo rozando su cuello con uno de sus dedos.
Vladimir, sin mover un solo músculo contestó:
     ─Por supuesto, mi Señor.
 Dicho esto, abandonó la sala.
     ─ ¡Garot! ¡Entra!
 El demonio que había atacado antes a Vladimir cruzó la puerta y se arrodilló.
     ─Estoy a sus órdenes, mi amo.
     ─ ¿Has oído la conversación?
Garot sin alzarse dijo.
     ─Sí. Como usted me ordenó
     ─Ve tras él. Al principio sólo vigílale, pero si no puede cumplir la misión mata tú al objetivo y si se interpone, también a Astel. Ese chico debe morir, es nuestra prióridad. Ahora parte.
Garot asintió con la cabeza y sin mirar al Señor del Inframundo  salió por la puerta. Algo, una sombra tal vez, se movió en la sala a la vez que el demonio partía. Daror se dio cuenta, aunque no hizo nada para impedir que se marchara.
……………

El señor de Larimar estaba en su santuario. Unas mujeres desnudas de color azul bailaban siguiendo el ritmo de unos tambores, él sentado en su trono de oro, disfrutaba de sus ágiles y sensuales movimientos. Una persona surgió de detrás de las columnas. Nadie se percató de su presencia, sólo el anciano. El señor de Larimar alzó la mano y en ese instante la música y con ella la danza se interrumpieron.
     ─Dejadme solo ─ordenó.
Uno a uno todos se inclinaron y salieron de la sala. Cuando estuvo vacía, una mujer se dejó ver.
     ─Hola Haita, has cumplido tu encargo.
La mujer no se arrodilló ni hizo ninguna señal de respeto.
     ─Sí, Jantaro está siendo entrenado por un shinigami llamado Alasthor. He hablado con su padre, el  renegado Jawet y todo está ya dispuesto para la batalla.
El señor de Larimar se frotó las manos.
     ─Vladimir ya ha partido para matar a Jantaro. Ayer recibió órdenes de Daror en el inframundo. Deberás entregarle este pergamino y  está brújula a Gatira.
 Haita se acercó a él para coger los objetos. Entonces como había surgido desapareció de la sala. Otra vez una sombra, se encontraba agazapada escuchando la conversación, pero esta vez se escabulló  sin ser notada por el Señor de Larimar. El Anciano se dirigió a una mesa cercana a donde él se encontraba. Cogió una campana de oro y la hizo sonar, al instante un criado abrió la puerta y se arrodillo ante él.
     ─Avisa a mi Hijo Asino, quiero verle de inmediato.
El hombre asintió, se dio la vuelta y salió de la estancia.

……………

Gatira no podía concentrarse aquella tarde en las instalaciones del cuartel de la guardia. Estaba preocupada por Vladimir, hacía dos días que no sabía nada de él. Había mandado un mensaje a su castillo, pero no se encontraba allí. Él era muy meticuloso. Ella sabía que si se hubiese tenido que ir de viaje se lo habría hecho saber.
En ese instante una mujer apareció delante de su escritorio. Ella hizo ademán de levantarse y sacar su espada, pero la mujer la miró con curiosidad y  reconoció a la sirvienta del Señor de Larimar.
     ─ ¿Cómo habéis entrado aquí? ─preguntó indignada.
     ─Eso no tiene importancia. Toma, es un mensaje de nuestro señor ─con aire altivo le entregó el papiro.
Gatira  rompió el sello de la carta y empezó a leer:

“Querida Gatira.
Ya es hora de que empieces tu misión. El demonio Astel se ha puesto en movimiento en el mundo de los shinigamis. Su trabajo es asesinar a un muchacho llamado Jantaro. Deberás protegerle. Parte inmediatamente y por favor ten cuidado.
Haita te dará todo lo necesario para localizarle.
Señor de Larimar”.   

Gatira miró a la mujer y ésta le dio una pequeña brújula.
     ─ ¿Cómo se usa? ─la preguntó.
     ─Es muy fácil, cuando estés en esa realidad  redirige tu Ki hacia ella. Ya está preparada y te marcará el rumbo hacia el objetivo de Astel.
Gatira no pudo preguntar más, ya que Haita desapareció como había surgido. Le hubiese gustado despedirse de Vladimir, pero las órdenes la obligaban a partir inmediatamente, además y por supuesto, tenía que localizarlo.
Se dirigió a un  baúl  que había detrás de su escritorio, desenfundó su espada y con ella lo golpeó débilmente. Este se abrió. Gatira guardó su arma en la funda y sacó del baúl el bastón que le había dado el Señor de Larimar. Concentró su poder espiritual y una nube blanca la envolvió, pensando en el mundo shinigami, desapareció de su despacho.  

Mientras Asino, subía las escaleras del palacio de su padre pensamientos paranoides se agolpaban en su cabeza. ¿Qué quería de él? ¿Dónde estaba el idiota de Astel?  ¿Y por qué Gatira no se encontraba en los cuarteles?  Llegó a una sala y se detuvo antes dos soldados que  con largas lanzas  custodiaban la entrada. Un criado se acercó a él y se arrodilló en signo de respeto.
     ─Mi  Príncipe, el señor de Larimar os espera. Acompañadme por favor.
Asino le siguió por diferentes habitaciones hasta que estuvieron en la entrada de la sala del trono. El criado le abrió la puerta  y salió discretamente.
     ─Pasa hijo, te he estado esperando.
Asino se puso en guardia de inmediato, su padre no solía ser tan cordial. Miró a todos lados y vio que estaban solos. Nervioso, intentó calmarse y controlar la situación.
     ─Buenas tardes, mi señor. ¿Me habéis hecho llamar? ─dijo haciendo una reverencia.
     ─Te hice llamar hace casi dos horas. No has podido encontrar al demonio Astel, ¿Verdad?
Asino entró en tensión. Aquello se estaba poniendo peligroso, sus sentidos se lo decían. Tocó su pecho disimuladamente y notó un papel en el bolsillo de su camisa.
     ─No crees, hijo mío ¿qué has sido un poco descuidado?
El señor de Larimar se levantó de su trono y una sonrisa malévola apareció en su cara. El príncipe estaba verdaderamente asustado.
     ─ No sé a qué os referís, mi gran señor.
     ─Eres tan idiota. ¿De verdad creías que si hacías un pacto con el Señor del Inframundo yo no me iba a enterar?
     ─ No sé de qué me habláis ─dijo casi tartamudeando Asino.
     ─Eres una marioneta, manejada por otra marioneta y dirigida por mí. Yo fui el que te presentó a Vladimir sabiendo que era un sicario del infierno. Yo sabía que si querías matarme necesitarías  la espada del Señor de los Shinigamis. Sólo la fuerza combinada de un demonio de alto nivel y alguien de mi sangre pueden manejarla.
     Vladimir ha sido enviado al mundo de los shinigamis para matar a mi último hijo, pero él está enamorado de la mujer que tú amas y todo ha sido inteligentemente manipulado para que el demonio se una a mi causa.
Asino estaba rojo de rabia. Y sacando un papel en el que había escrito un hechizo, concentró si Ki y conjuró una espada en sus manos.
     ─ ¡Qué le has  hecho a Gatira, bastardo! ¡Ilander dame tu fuerza para vengarme! ─y de un salto arremetió contra él, pero no llegó muy lejos. Una esfera de agua le rodeó todo el cuerpo. Asino intentó moverse sin resultado, la presión le tenía inmovilizado. La espada cayó de su mano y quedó tendida en el suelo. De las sombras surgió Haita. Su cuerpo estaba formado por agua.
Un elemental. Maldición, pensó Asino
     ─Déjale que respire. Todavía me tengo que reír un rato.
Su cabeza quedó a la superficie al instante. Asino tosía sin parar mientras dirigía una mirada de odio a su padre. El señor de Larimar puso un dedo cerca de su cara y lo movió de derecha a izquierda.
     ─No, no, no. Que habré hecho yo para que mi hijo sea tan estúpido. Será cosa de la familia de tu madre. Sólo tenías la espada para negociar tu vida conmigo y te has dejado llevar por los sentimientos. No has usado la razón­ ─Asino no podía hablar ya que seguía expulsando líquido por la boca─. El Dios de los Shinigamis te dio la espada para mantener el poder neutral mientras tenía a mi hijo como rehén. Pero ese patán tiene tantos enemigos como yo.
Recogió la espalda del suelo y miró a Haita.
     ─Déjale sin sentido ─y sin mirar atrás, alzó su mano.
     ─El olvido será tu único consuelo ─y estirando su cuerpo con desgana ─murmuró con despreció ─Adiós, hijo mío.
La burbuja se completó de nuevo y a lo cinco minutos Asino cerró los ojos.
     ─Llévale la espada a Jawet. Él sabrá el momento en que debe entregársela a mi otro hijo.
Haita la cogió, y despidiéndose del Señor de Larimar, desapareció. Éste se acercó a su mesa y cogiendo su campana de oro, avisó a los criados. Cuando estos entraron vieron al príncipe Asino inconsciente en un charco de agua.
     ─Llamad a la guardia. Mi hijo ha intentado matarme. Antes de que el sol se oculte será ejecutado.
Al instante unos hombres armados se llevaron a rastras el cuerpo del príncipe.
Asino abrió los ojos poco a poco. Dos hombres, le arrastraban camino de la plaza mayor. La gente gritaba a su alrededor y sus caras desprendían ira y excitación.
Un tomate impactó en su frente y una lluvia de verdura podrida  acribilló su cuerpo.
      ─ ¡Muerte al traidor! ¡Muerte! ─chillaba la multitud a su paso.
Intentó mover las manos, pero estaban maniatadas. Se concentró y descubrió que por alguna razón no podía acceder a su energía espiritual.
Cerdos, seguramente me habrán  administrado algún tipo de droga y no puedo utilizar mi Ki, pensó mientras subía las escaleras de un patíbulo de madera que habían construido para la ocasión. A su lado un hombre vestido de azul con el pelo grasiento y nariz de águila empezó a leer. Todos los ciudadanos presentes callaron al unísono.

     Por el delito de traición, de intento de usurpación del trono y de intento de asesinato. El Príncipe Asino de Larimar séptimo hijo de nuestro señor, es condenado a muerte por decapitación.

El público gritó todavía con más fuerza que antes. Los dos guardias que le custodiaban  le dieron una patada en las piernas y un golpe en su espalda.  Metieron su cabeza en un cepo de madera y se retiraron. Asino miró el espectáculo, cientos de personas disfrutarían con su muerte. Una sonrisa se dibujó en su cara y comenzó a chillar como si estuviera poseído.   
     ─ ¡PADRE! ¡PADRE! ¡YO TE MALDIGO!
Su voz se extinguió en el vació cuando el hacha separó su cabeza del tronco. El señor de Larimar miraba desde una ventana saboreando la situación. Un shinigami en su forma humana, con un bombín en la cabeza había sido testigo de todo. Se tocó la cara con aire de preocupación y desapareció de aquella realidad.

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