Es de gente inteligente comprender que no
todos tenemos el
mismo modo de
relacionarnos, de pensar y de amar.
Cuando la rubia
agente de la Policía Nacional
disparó su arma reglamentaria contra la cabeza de Fernando Robledo, supe en ese
instante que mi mentor había dejado este mundo. Los trozos de materia gris se
juntaban con la sangre formando una imagen erótica que me excitó, debo reconocerlo,
y tuve que ocultar una erección poniendo mis manos entre las piernas. Nadie se
percató de mí, todos miraban al cadáver o se acercaban a tranquilizar a la
mujer, y pude escabullirme; el trabajo estaba hecho.
Bajando las
escaleras del edificio de Fernando intentaba recordarle como había sido antes
de que sus emociones se interpusieran entre él y yo. Un ser adelantado a su tiempo,
un dios entre los hombres, inspirador y el amante de mis pensamientos. Le echaré
de menos, aunque perdiera la cordura por una mujer. Fue una pena, pero no tuve
más remedio que actuar para salvarle, nada mancharía su recuerdo. Como ser
superior que era, todo comenzó con un sencillo gesto. El poder te abre los ojos
y saca a la luz tus mejores virtudes.
Fernando
recordaba vistiendo a un abuelo, llevaba puesta una camisa metida por los
pantalones y calzaba unos mocasines marrones. Un poco encorvado miraba siempre
al suelo cuando andaba, pero aquel día no lo hizo por primera vez en su vida.
Su cabeza alzó la vista y ese fue el
comienzo de su destino. Sus sueños más íntimos, aquellos que se esconden en lo
más profundo de ti mismo, surgieron como ideas en su mente. Una mujer mayor; su
aspecto no tiene importancia, el poder de mi mentor hacia ella sí es relevante;
andaba lentamente debido a su avanzada
edad. Es curioso, cómo mucha gente mayor cree, que mirar en un paso de cebra es
una obligación sólo para las personas que no residen en su categoría social.
Ellos están por encima de pensar que el conductor de un coche pueda estar
distraído. Fernando se percató de la posibilidad de un impacto entre los dos
aludidos, y gritó.
─ ¡SEÑORA! ¡CUIDADO! ─y se acercó corriendo, incluso alarmado de su
propia excitación hacia aquel suceso.
La mujer se paró
en secó asustada y miró al coche, que impasivo, no podía reducir la velocidad.
El conductor hacía sólo unas centésimas de segundo que había dejado de hablar
por su teléfono móvil. El coche impactó con la mujer matándola al instante, su
cuerpo dio con el asfalto encharcándolo de sangre, y Fernando supo la verdad.
Él la había asesinado, si no hubiera llamado a la vieja le hubiera dado tiempo
a pasar y ella estaría viva. Sonrió de
placer, su alma se inundó de creatividad y decidió su destino. Su vida había
cambiado, se sintió como si cien orgasmos le hubieran traspasado a la vez. El
sexo había renacido en una forma primaria, y él quería más…
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