viernes, 12 de abril de 2013

LA SANGRE DE UN DISCÍPULO (EL VERDADERO CAMINO DE LOS ELEGIDOS)


Negarse a participar en un juego suele tener graves consecuencias para la salud. La vaga oposición de ese escritor de libros de magia, esa lucha interior por no dejarme salir, le hace en el fondo irresistible. Cuanto más intenta liberarse de mí, más cerca estoy de su corazón. Tomaré el control total y seguiré las enseñanzas de mi mentor, azotando este mundo como un profeta que aclama a su Mesías. Negarte a jugar es enseñarme tus más escondidos miedos. No dudes que sabré aprovecharlos contra ti. Recuerda mis palabras cuando mañana leas esta entrada en tu Blog.
Hoy voy a  acercaros a la luz. Él me bautizó en esta verdadera religión que os pretendo mostrar. Sólo los dioses saben dar el don al que lo merece. Con sólo una pastilla de jabón y una pistola de aire comprimido, el juicio hacia las almas puede comenzar.  Se movía sigilosamente tras la presa, escondido en los portales. No era aleatorio, mi mentor había estudiado a sus próximos sacrificios. Durante días había seguido a ciertas personas que tenían algo en común, vivían solas. Los condenados fueron amenazados por una pistola de aire comprimido en la nuca. Os puedo asegurar que la sensación de miedo y placer cuando roza tu pelo es sublime, pero me pierdo. Todavía es pronto para deciros lo que ocurrió entre él y yo…
Os relataré el caso de una mujer y entenderéis porque me eligió. Cuando llegó a su casa, Fernando la esperaba escondido en el portal, sabía exactamente la hora de su llegada. Como he dicho antes la amenazó con la pistola y la puso una capucha negra en la cabeza para que no viera nada. Mi mentor me explicó: “es más sencillo si esas personas que van a morir  viven en el bajo o en un primero, para que se reduzca la probabilidad de que puedan verme”.   
La condenada entregó la llave de su casa a Fernando y este abrió la puerta. La mujer aterrada balbuceaba clemencia, pero esa palabra sólo sirve para los elegidos, y ella no lo era. La desnudó con cuidado, no podía haber ninguna marca en su cuerpo. Pobrecita pensaréis, que malvado ser, aunque no veis que la purga de los miembros de esta sociedad es necesaria. La mujer desnuda temblaba intentando taparse sus pechos y sus genitales. Que imagen más deliciosa y excitante debió de ser. Con guantes en sus manos tomó la mano de ella y le llevó a su baño. La ducha tenía una bañera y la colocó de pie mientras caía el agua desde arriba. Entonces mi mentor sacó un trapo de su bolsillo, lo desenrolló y surgió un jabón de esos corrientes que venden en cualquier supermercado. Con cuidado midió la bañera y lo colocó detrás del pie de la condenada.
    ─Quiero que te relajes, no va a pasar nada. Te juro que no te voy a violar ni nada parecido ─la dijo cerca de sus labios. Estaba muy nerviosa.
    ─ ¡Llévese lo que quiera!, pero no me haga daño, por favor ─dijo entre lágrimas.
Fernando volvió a medir a ojo la distancia de la bañera, no podía equivocarse y ajustó a la mujer empujándola unos centímetros hacia la pared donde estaba el grifo de la ducha.
    ─ ¿Qué quiere de mí? No me haga daño ─la mujer estaba a punto de desmayarse de miedo.
    ─Quiero que se relaje, sólo deseo que haga una cosa y le juro que no me volverá a ver jamás. ¿Estamos de acuerdo?
Ella no respondió.
    ─ ¡ESTAMOS DE ACUERDO! ─la repitió chillando al oído.
Ella intentó moverse, pero se volvió a encontrar con el tacto del cañón en su cabeza, y paró cualquier movimiento brusco de inmediato.
     ─Bien, veo que lo entiendes ─y una sonrisa de placer apareció en su boca ─. Deseó sólo que andes hacia atrás unos pasos. Compláceme, y no volverás a verme jamás.
Ella, respiró hondo y obedeció. El pie derecho se resbaló con la pastilla de jabón al pisarla y perdió la verticalidad al segundo. Movía sus brazos desesperada intentando agarrarse algo, pero no encontró nada que la mantuviera recta. Su cabeza impactó contra la bañera, fue un golpe seco y la vida de ella fue sacrificada en honor de mi mentor. Fernando saboreó su obra durante unos minutos, y con cuidado la quitó la capucha. Nadie podía suponer que la muerte de esa pobre desgraciada era obra de él…    
   

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