jueves, 18 de abril de 2013

JANTARO EN EL MUNDO DE LOS SHINIGAMIS CAP. 16 (tercera parte)


Os presentó la última parte del capítulo 18. Roca y miedo son los obstáculos que deben salvar.


Vladimir estaba confundido. Miró al cielo y se dio cuenta que había surgido, según la posición de la luna, al otro lado del bosque. En la puerta oeste del palacio. Tenía que encontrar a Gatira como fuera. Jantaro tampoco se encontraba allí y notaba la presencia de alguien cerca de él. Escuchó el sonido de pisadas de algo muy grande y un hacha salió de la espesura para atravesar su cuerpo que se volatilizó al instante.
     ─Había oído hablar de ti. Demonio.
La figura de un hombre gigante se acercó a donde antes estaba la ilusión de Vladimir. Se agachó y olfateó como un perro. Alzó su mano y el hacha regresó a él.
     ─Me llamó Partus y soy el capitán de la guardia del Señor de los Shinigamis.
Vladimir no respondió, sabía que intentaba hacerle hablar para localizarle.
Partus se vio rodeado de tres criaturas gigantescas. Eran dragones con las escamas de color azul y la boca repleta de colmillos que sobresalían de su morro. Lanzaron fuego mientras rugían con fiereza, pero él ni se inmutó hasta un segundo después en que con su arma paró la estocada de otra ilusión de Vladimir que atacaba por detrás.
     ─Puedo oler el Ki de tus imágenes. Como también puedo olfatear el Ki diferente que está ¡AHÍ!
Volvió a lanzar su hacha hacia un árbol que se convirtió en un hombre agachándose.
     ─Por poco me das. Me llamo Vladimir y no tengo nada contra ti.
     ─Yo sí. Debes morir ─con un gesto el arma regresó a su señor.
Partus cambió su aspecto al de shinigami. Sacó su caja de música y un pequeño ser de piedra surgió. Miró a derecha e izquierda  confundido y se arrojó al cuerpo de su amo. En ese instante se transformó en un gigante de tres metros. Su cuerpo se convirtió totalmente de piedra y en su cara sólo se podía distinguir unos ojos negros pequeños. Vladimir miraba anonadado la figura de granito que estaba delante de él. Partus movió su pesado cuerpo y lanzó unas ondas que arrasaron todo a su alrededor. Los árboles arrancados volaban de un lado a otro como si fueran lápices que un niño hubiera golpeado con furia.
Vladimir estaba en medio de la onda expansiva, pero le dio tiempo a transformarse en un demonio de dos metros de altura, de color rojo y con la cara llena de tatuajes tribales. Una energía roja le cubría todo el cuerpo y le protegió. Corrió hacia él y soltó su puño contra la mole que estaba delante. Partus salió disparado con el impacto varios metros hacia atrás. Se levantó del suelo y se pudo ver con mucha imaginación una sonrisa en aquella cara de piedra.
     ─Es la primera vez que alguien me tumba. Esto sin duda merece mi reconocimiento.
Astel le hizo una reverencia y apareció detrás de Partus. Se subió a su espalda haciendo fuerza en su cuello mientras su energía roja atacaba por si misma a su pecho. El gigante empezó a doblarse y Vladimir emitió más Ki que cubrió el cuerpo de Partus.
     ─ ¡NO! ¡DÉJAME VIVIR! ¿QUÉ ERES TÚ?
Partus intentaba liberarse con todas sus fuerzas, pero su espalda explotó en cientos de pedazos. El espíritu de piedra salió de entre la gravilla que antes era un shinigami y él, sin compasión lo pisó destruyéndolo. Al instante y mirando a lo que quedaba de su enemigo dijo:
      ─Un humano medio demonio.
     ─Muy teatral Astel ─dijo la voz de Garot a su lado.
Astel volvió a la forma humana de Vladimir y ni se molestó en mirarle.
     ─Si no quieres morir dedícate sólo a observar y no hables conmigo.
     ─ ¡Uhhhhh! Que miedo me das ─y desapareció en las sombras.
Vladimir miraba al shinigami muerto que estaba sus pies y sintió algo de lastima por él, pero no tenía tiempo, notaba la energía de Gatira dentro del castillo. Por nada del mundo la abandonaría a su suerte.
……………

Jantaro sólo recordaba que estaba sujetó a un árbol cuando una tormenta de arena le había cegado. Ahora desconcertado se encontraba recorriendo lo que parecía un viejo castillo. Gatira y Vladimir no se encontraban con él y aunque los llamó durante un tiempo sólo su eco le respondió. Apoyado en su bastón recorrió una a una las habitaciones. Si estaba en el hogar del Señor de los Shinigamis, Amelia se encontraba cautiva allí. Era extraño, pero aunque intentaba percibir a otros seres no hallaba ninguna energía ni tampoco escuchaba sonido alguno que le verificara que allí vivía alguien.
Caminó sin rumbo entre pasillos sin fin que estaban iluminados tenuemente con antorchas. La ansiedad empezaba adueñarse de él cuando oyó una puerta que se cerraba de golpe. Corrió hacia ella subiendo unas escaleras de caracol y llegó a la segunda planta. El aire estaba cargado y le costaba respirar, pero debía buscar una salida y a sus amigos. Un grito de mujer hizo que un escalofrío recorriese todo su cuerpo. Provenía de detrás de una puerta de color rojo con una señal de un pentagrama dibujado.
La abrió con cuidado y no estaba preparado para lo que se iba encontrar en su interior
     ─ ¡AMELIA! ─gritó encolerizado mientras corría desesperado. Ella estaba tumbada en el suelo con un cuchillo clavado en su corazón. Tenía la mandíbula desencajada como si hubiese sido torturada. Cortes en las mejillas y el pelo medio arrancado. La habían arrastrado por el suelo tirando de él. Aun se podía ver la sangre seca por toda la habitación. La acunó en su regazo y lloró lágrimas que provenían de los rincones más profundos de su alma. Más de dos horas tuvo el cuerpo a sus pies. Se serenó un poco, recogió el bastón que estaba cerca del cuerpo sin vida de Amelia, lo guardó en su cinturón junto a su espada y la cogió en brazos. Debía llevarla a su madre para enterrarla.  Con la cabeza agachada y sintiendo un dolor que no se puede explicar con palabras recorrió el castillo en busca de una salida, pero no hallaba ninguna. Ni ventanas que le dieran una situación de donde se encontraba. Se sentó junto a la pared a descansar cuando por un pasillo vio unas sombras. Dejó el cuerpo apoyado con cuidado en el muro y fue a investigar. Dos figuras entraron en uno de los cuartos del primer piso. Él los siguió con cautela y vio que estos se movían a una gran velocidad. Al cruzar la última puerta se arrodilló en el suelo al ver a Gatira y Vladimir decapitados con sus cuerpos entrelazados.  
     ─ ¡NOOOOOOO! ─su alarido retumbó en todos los rincones del castillo. Su mente estaba desquiciada y empezó a dar cabezazos a la pared hasta que las manchas de sangre que corrían por su frente le taparon totalmente la visión. Se derrumbó en el suelo mientras las caras de sus amigos le miraban con rencor separadas de su cuerpo.
     ─Siento haberos metido en esto. No quería que acabara así ─hablaba con los muertos entre sollozos─. Tengo que ir a buscar a Amelia; ¿sabéis? También ha muerto.
Unos segundos de silencio donde sólo su corazón hizo algún ruido.
     ─Pero no os preocupéis os juro que regresaré para enterrar vuestros cuerpos y podréis estar juntos por toda la eternidad.
Antes de salir dio un último vistazo a sus amigos y fue a por Amelia. Llegó a  donde ella antes reposaba, pero no la encontró allí. No estaba donde él la había dejado. Su desesperación no tenía parangón, un miedo irracional le invadió al no hallar a su ser más amado. Empezó a sentirse mareado y sus pulsaciones tenían vida propia. Se caía al suelo y como pudo sacó su bastón e intentó apoyarse en él. De repente a su lado una mano anciana le sujetó el brazo, el alzó la cara y vio a su maestro delante de él. Sus ojos no podían sostener el flujo de lágrimas que de él salían.
     ─ ¡Maestro! Todos están muertos ─dijo esto último con dificultad.
La cara del anciano cambió de expresión convirtiéndose en una de rechazo. Con furia le golpeó en la mandíbula y le tiró al suelo, pero Jantaro no se levantó ni hizo ningún gesto. Él ya estaba casi encerrado en sus miedos más aterradores.
     ─Morí por tu culpa y ahora mi alma está condenada a vivir por toda la eternidad en un sueño enlazada a ti. Te odio. Ojalá nunca te hubiera cuidado y enseñado. Me das asco.
Jantaro se tapó los oídos para no escuchar, y en ese instante se dio cuenta de que su maestro jamás le diría eso. Él si se sentía culpable por su muerte, pero nunca se lo echaría en cara eso no era su amado maestro. Desenfundó su espada y le atacó con furia. Pero ésta no dio en el blanco sino que le traspaso.
     ─Bien, sabía que reaccionarías si te decía esas palabras. Si sólo te hubiera dicho la verdad no me hubieses creído. Tu mente necesitaba un golpe que te llevara a desconfiar que lo que estás viviendo no es real. Sólo está en tu cabeza.
Jantaro se dio cuenta al instante. El shinigami del miedo. Concentro su Ki y buscó al pequeño espíritu de demonio que según Retir controlaba. Acercó su mano a la derecha y sabiendo que todo era falso. Partiendo de esa premisa atravesó la pared y capturó a una lamentable criatura pequeña, de color verde, con los ojos rojos, uñas afilada como cuchillas y una boca ancha que chillaba dejando ver sus dientes podridos. Enfrente de Jantaro aparecieron los cuerpos de sus amigos y de Amelia.
      ─No me vas a engañar sucia rata ─y desenfundó su espada recordando lo que los dos shinigamis del campamento le enseñaron. Concentró su Ki en su espada y entre alaridos de aquel ser le cortó la cabeza. Su maestro le sonría y desapareció, pero antes de que todo se esfumara vio a un hombre encorvado que se estaba literalmente derritiendo y creyó oír unas gracias antes de despertarse en un salón. A su lado estaba Gatira y Vladimir. Cuando se incorporó los abrazó con fuerza, tocando sus caras. Estos sorprendidos se miraron con una sonrisa en los labios.
     ─Veo que has luchado y ganado contra Fearer. Bien hecho.
Aunque no tuvieron tiempo de hablar más. Una veintena de soldados les rodearon amenazándoles con espíritus de elefantes, leones, tigres y perros. Estos atacaron por varios frentes y se encontraron con una ilusión creada por Vladimir. Un engaño para escapar. Los reales habían subido al primer piso y se habían escondido en una habitación.
     ─Esperaremos un poco aquí. Estamos ocultos. Ellos no nos encontraran si yo no quiero. Prepararemos una estrategia ─dijo Vladimir y los otros dos afirmaron a la vez.
  

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