lunes, 8 de abril de 2013

JANTARO EN EL MUNDO DE LOS SHINIGAMIS CAP. 15 (Última parte)


Conclusión del capítulo 15 “Jantaro en el mundo de los Shinigamis”.

Campamento del ejército de  Stalet, puerta sur

Los últimos en llegar fueron el grupo de Jantaro. Alasthor tenía orden de custodiar a Retir en todo momento y no separarse de su lado. Se materializaron en la tienda de mando a petición del mismo Retir para que nadie en el campamento supiera que estaba allí. Cuando llegaron, Jantaro estaba nervioso. Se movía de un lado a otro como un tigre encerrado. Gatira se tumbó en una hamaca y se quedó dormida solo al acostarse. Vladimir sentado a su lado la observaba con ternura. Alasthor se dirigió a Jantaro.
     ─Debes tranquilizarte. Ella está bien. Sabe que iras a por ella.
     ─Pero debe de estar muerta de miedo. Encerrada en una celda.
Retir los oyó, y decidió unirse a la conversación.
     ─Yo no me preocuparía tanto. Yo sólo he estado unos minutos con ella y he descubierto que tiene mucha fuerza interior. Te aseguró que intentará escapar por si sola.
Jantaro le observó atentamente y una sonrisa se dibujó en sus labios.
     ─Es cierto, no he conocido a una persona más tozuda que ella.
 Alasthor le acarició la cabeza a Jantaro y con aire paternal le dijo.
     ─ ¿Por qué no te acuestas un rato? No saldremos hasta dentro de unas horas.
     ─No podría dormir aunque quisiera. Voy a dar una vuelta para despejarme y ver las cosas desde otro punto de vista. Eso hacía mi maestro.
Salió por la puerta, miles de hogueras estaban encendidas en la llanura. Los soldados estaban alrededor de ellas hablando, otros dormían al raso. A  lo lejos se veía a unos hombres trasportando un gigantesco espejo. Se acercó más y vio como lo encajaban en una estructura de metal. De pronto una voz le habló.
     ─Es muy grande.
Jantaro respondió sin mirar.
     ─Es increíble. ¿Qué están haciendo?
     ─Es un cristal de un material que sólo se da en nuestra tierra. Refleja las primeras luces del sol de por la mañana haciendo que se abra la puerta.
Jantaro miró al dueño de la voz y vio que era un muchacho un poco mayor que él. A su lado un hombre más viejo le preguntó.
     ─Tú eres el chico que esta mañana venía con el señor Jawet. ¿Cómo te llamas?
     ─Mi nombre es Jantaro.
     ─Yo soy  Clarent y el abuelo es Rudyt ─intervino el más joven.
 Él otro hizo una mueca y con ironía dijo.
     ─Perdona al gran soldado. Él es todo un hombre.
     ─Pues lo soy. No dejaré a ninguno vivo. Aunque con esta espada… No entiendo porque no me dejan luchar con mi espíritu. 
Jantaro los observó y se dio cuenta que pertenecían a la unidad que se entrenaba esta mañana sólo con sus armas y de la cual el comandante y Jawet se habían mofado en la tienda de campaña.
     ─ ¿Por qué no usáis vuestros espíritus?
Somos un cuerpo especial, se supone que nosotros debemos acabar con los espectros que consigan pasar la primera línea de formación en la batalla ─le respondió Rudyt.
     ─ ¿Se puede matar a un espíritu?
Entonces, Clarent, altivo y orgulloso dio una explicación.
     ─Por supuesto que se puede. Se les debe de cortar la cabeza. En teoría debemos usar nuestro Ki interior en nuestra arma para realizarlo. Pero yo… ─y desenfundó su espada─. Puedo hacerlo con mi maestría ─y con un mandoble cortó por la mitad un tronco que había a sus pies.
     ─Todo un hombre el niño ─dijo entre risas su compañero. Clarent se dio la vuelta, aunque tuvo que retroceder al oír las palabras de Jantaro.
     ─Eres bueno, quiero practicar contigo, dicho esto desenvainó su espada de la funda.
Los dos amigos se quedaron asombrados al verla. Jantaro se dio cuenta y la puso al lado del fuego para que la vieran mejor.
     ─Es una maravilla. ¿De dónde la has sacado? ─dijo Rudyt.
     ─Es increíble, pero la espada no hace al guerrero. ¡En guardia! ¡Veamos si eres tan bueno como parece tu arma! ─le retó Clarent
Jantaro sonrió y se preparó para un ataque. Concentró su Ki y notó que la espada lo absorbía como si fuera una parte de su propio cuerpo. No duró mucho el enfrentamiento. Las dos armas se encontraron, e Illander cortó a la otra como si fuera papel. Clarent se encontró con el mango sólo en la mano y Rudyt se empezó a reír.
     ─ ¡Ja, ja, ja! No has aguantado ni un segundo.
     ─Ha hecho trampa. Seguro ─y miró a Jantaro que en esos instantes guardaba la espada en su funda.
     ─Muy bien chico, te has ganado un trago. Dijo tirándole una calabaza entre las manos.
Jantaro se quedó unos segundos observándola y después, por el agujero, le dio un sorbo. Era un licor dulce que le calentó el cuerpo, y él lo agradeció.
     ─Ven, siéntate con nosotros. Tenemos algo de comida ─dijo Rudyt alcanzando de nuevo la bebida.
     ─ Y tú deja de mirar asombrado tu espada rota y vete pensando que le vas a explicar al sargento.
Jantaro los acompañó y cogió unas verduras que había en una cazuela al lado del fuego. Tenía mucha hambre se había olvidado hasta de comer pensando en Amelia. Miró a los dos soldados y les preguntó mientras devoraba una patata.
     ─ ¿Por qué lucháis en esta guerra?
Los dos amigos dijeron a la vez.
     ─Por venganza.
     ─ ¡Qué! Se asombró Jantaro.
     ─Mira, deja que te explique; la mayoría de los que estamos aquí tenemos el mismo motivo. Yo perdí a mi familia por culpa de las leyes que implantó el Señor de los Shinigamis y Clarent también.
Jantaro dirigió su mirada al más joven.
     ─Sí, es verdad. Mi padre era un noble y yo era su segundo hijo. Se opuso a su señor porque el trabajo de un shinigami es guiar a las almas que se han quedado atrás. El Señor de los Shinigamis ha prohibido entrar en el mundo humano. Sólo un escogido grupo está operando en las diferentes realidades. Mi padre descubrió que esas almas no eran conducidas a donde debían. Sino llevadas al palacio para ser encerradas.
Jantaro escuchaba atentó y no pudo más que preguntarse.
     ─ ¿Para qué las quiere?
     ─ ¿Eres tonto acaso? ─le recriminó Rudyt.
     ─ Las está utilizando como fuente de poder. Está rompiendo la primera regla de nuestra raza y esto lleva a la ruptura del equilibrio. Si no se le para, podría destruir las realidades.
Jantaro se dio cuenta que él sólo había visto  una parte. Se había concentrado en su problema y no había querido ver el conjunto. Había olvidado las enseñanzas de su maestro.
     ─De todas formas, seguir a Jawet… ─Esto lo dijo en voz alta y se paró cuando se dio cuenta.
     ─Nadie sigue al viejo ─le aclaró Clarent.
     ─Por supuesto que no. Estamos aquí  por su nieta.
Jantaro se quedó helado al oír esto último de boca de Rudyt.
     ─ ¿Por Amelia?
Hace unos días se propagó el rumor de que la nieta de Jawet había heredado los poderes del fuego del primer shinigami. Corrió esta información por todo nuestro mundo. Cientos de nosotros la vemos como la verdadera sucesora al trono, aunque nadie la ha visto y algunos estamos pensando que sólo es un rumor para que Jawet tome el poder.
Jantaro no salía de su asombro.
      ─No, es verdad. Ella ha invocado a un espíritu llamado Haborym.
Los dos amigos cruzaron sus miradas con incredulidad.
     ─Eso no es posible, ese es un espíritu legendario. Si eso es cierto el Señor de los Shinigamis está acabado.
     ─ ¿Pero dónde está ella? ─interrumpió Clarent a su compañero.
     ─Está presa en el castillo, en vuestro mundo. Mientras vosotros entráis en batalla para movilizar a su ejército, yo y mis compañeros entraremos para salvarla.
Rudyt se levantó y  gritando cogió la calabaza y brindó.
     ─ ¡Por la reina! ¡Por la batalla! ¡Para que podamos machacar a esos hijos de chacales!
Clarent se levantó y le quitó al otro la calabaza cuando había terminado de beber.
     ─ ¡Por la Reina! ¡Para que podamos vengar a nuestras familias! ─y se la dio a Jantaro después de echar un trago.
     ─ ¡Por Amelia! ─se quedó unos segundos pensando en ella y volvió a probar el dulce licor.
En ese momento unas trompetas sonaron en el campamento.
     ─Es la orden de formar ─dijo Rudyt.
     ─Debemos irnos.
Los tres se miraron y Jantaro tendió su mano a los dos soldados. Ellos hicieron lo mismo.
     ─Suerte Jantaro. Rescata a nuestra reina ─se despidió Clarent
     ─Tened cuidado en esa batalla. Jawet pretende utilizar a vuestra unidad como distracción. Sois sólo peones para él.
     ─No te preocupes amigo. Somos fuertes, sobreviviremos para ver la caída del Señor de los Shinigamis ─le respondió Rudyt, mientras ya avanzaban hacia la formación.
Jantaro vio como miles de soldados se estaban reuniendo en orden, por filas, al lado del espejo. Los primeros rayos surgieron tras la montaña y se reflejaron en éste. Detrás se empezó a formar una neblina que fue tomando forma hasta convertirse en algo nítido. Unos prados verdes se veían a través del portal que se había formado. Era el mundo de los shinigamis. Todas las tropas estaban enfrente de una tarima que se había construido también por la noche. Allí se subió Jawet, vestido con el mismo uniforme que sus tropas. Grises con franjas negras. Miró a la multitud y sonrió. Con voz grave empezó un discurso.
     ─Vosotros, shinigamis libres que habéis decidido enfrentaros a la opresión que ese tirano os ha impuesto, vais a luchar por vuestra libertad, por vuestros hijos. La historia no os recordará como un grupo de locos que se opusieron al Señor de los Shinigamis ─estas últimas palabras las dijo con repugnancia─. Si no que os recordará como un grupo de shinigamis que piensan por sí mismos y desterraron al olvido al ser más malvado de la creación. No sabemos lo que detrás de esta puerta encontraremos, pero si sé que lucharemos y si es necesario moriremos por nuestras familias, por la libertad y el deber de ser un shinigami y saber que pondrán quitárnoslo todo pero… ¡nuestro orgullo no! ¡Orgullo no! ¡Orgullo no! ─gritó Jawet y sus tropas le siguieron.
     ─ ¡ORGULLO, ORGULLO, ORGULLO!
Los soldados empezaron a entrar por el portal todavía gritando. Jantaro  miraba como se  iban. Alasthor se puso a su lado.
     ─Te estaba buscando. Yo también me voy, sólo una cosa, por favor salva a mi hija.
 Jantaro le abrazó.
     ─Ten cuidado Alasthor. Volveremos a encontrarnos ─dijo Jantaro mientras éste le hacía una señal con la cabeza y se marchaba hacia las tropas. Veinte minutos después ya no se oía nada en el campamento.
Gatira, Vladimir y Retir se pusieron a su lado y se agarraron las manos.
     ─Vamos a rescatar a una reina ─se emocionó Jantaro mientras miraba al cielo.
Retir sacó su talismán y los cuatro desaparecieron de la llanura.
Tres horas después aparecieron en el mismo sitio soldados que vestían pantalón azul y camisa verde. Era el ejército del General Kalmin.


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