ANESTESIA CON SORPRESA
Puede parecer
quizás que mi amor a mi mentor es un poco exagerado. Podéis pensar que soy poco
objetivo al alabar sus grandes virtudes, su gran inteligencia y su profundo
estudio de la vida. Os pido con humildad que leáis como fue capaz de crear un
sueño y entenderéis mi gran devoción.
Fernando era un
hombre cultivado en ciencias, literatura, matemáticas y por desgracia para sus
victimas en medicina. Él me relató esta maravillosa forma de matar.
El laboratorio
Fang se encuentra a las afueras de Madrid, constituido por dos edificios. El
principal aloja los laboratorios y los servicios de apoyo a estos. El segundo
más pequeño es usado como almacén para vender sus productos a las clínicas
odontológicas de toda España. Tenéis que entender que el almacén de está
compañía no se diferencia en organigrama a cualquier otra. Hay secretarias,
encargados y mozos. Fue el último de ellos el elegido para ser la primera
victima. Arturo Pérez era un desgraciado. Un hombre despachado de la sociedad
que trabajaba con un contrato basura en Fang. Me gustaría decir que era padre de
familia y un devoto marido, pero en realidad era un alcohólico que maltrataba a
su mujer con una paliza un día sí y otro también. Mi mentor lo localizó
emborrachándose en un bar en el barrio de Aluche. No lo eligió por ser un
desgraciado, lo eligió porque era un mozo que tenía acceso a los medicamentos
que Fernando quería alterar. Le invitó a una copa, luego a otra, hasta que
aquel bastardo no podía mantenerse casi en pie. Lo acompañó a su casa y por el
camino cogió su cartera. Tomó la tarjeta de seguridad y después liberó su
torturada alma. Mi mentor es un maestro de la muerte, por lo que sacó una aguja
de coser lana y se la introdujo por la nariz atravesando la lamina cibrosa del
esfenoides. Os describiría el proceso de placer que es introducir un metal por
las fosas nasales de un hombre, pero no quiero que os emocionéis antes de
acabar mi historia. El forense pensó más tarde que era un derrame cerebral por
causa del alcohol que había en su sangre; son como niños.
Fernando ya
estaba preparado: Una tarjeta de identificación, una mono azul con el logo de
la empresa que robó en el mismo almacén y dos jeringuillas, una vacía y otra
con epinefrina en su interior. Entró en la empresa como un trabajador más.
Adulterar los viales fue sencillo en varias remesas del almacén. Con una
jeringuilla sacó tres cuartas partes de la anestesia de ellos y con la otra que
llevaba introdujo la epinefrina. Imaginaos la cara de espanto de los
profesionales dentistas cuando los pacientes morían en sus sillas sin razón
aparente. Al tener poca anestesia los viales y no hacerle efecto les pinchaban
dos, tres veces para intentar anestesiar la zona de la boca que querían dormir.
El primer síntoma fue temblor de las manos, el segundo ataque de nervios, el
tercero paro cardiaco y el cuarto el aliento de mi mentor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario