miércoles, 17 de abril de 2013

LA SANGRE DE UN DISCÍPULO (ANESTESIA CON SORPRESA)


ANESTESIA CON SORPRESA

Puede parecer quizás que mi amor a mi mentor es un poco exagerado. Podéis pensar que soy poco objetivo al alabar sus grandes virtudes, su gran inteligencia y su profundo estudio de la vida. Os pido con humildad que leáis como fue capaz de crear un sueño y entenderéis mi gran devoción.
Fernando era un hombre cultivado en ciencias, literatura, matemáticas y por desgracia para sus victimas en medicina. Él me relató esta maravillosa forma de matar.
El laboratorio Fang se encuentra a las afueras de Madrid, constituido por dos edificios. El principal aloja los laboratorios y los servicios de apoyo a estos. El segundo más pequeño es usado como almacén para vender sus productos a las clínicas odontológicas de toda España. Tenéis que entender que el almacén de está compañía no se diferencia en organigrama a cualquier otra. Hay secretarias, encargados y mozos. Fue el último de ellos el elegido para ser la primera victima. Arturo Pérez era un desgraciado. Un hombre despachado de la sociedad que trabajaba con un contrato basura en  Fang. Me gustaría decir que era padre de familia y un devoto marido, pero en realidad era un alcohólico que maltrataba a su mujer con una paliza un día sí y otro también. Mi mentor lo localizó emborrachándose en un bar en el barrio de Aluche. No lo eligió por ser un desgraciado, lo eligió porque era un mozo que tenía acceso a los medicamentos que Fernando quería alterar. Le invitó a una copa, luego a otra, hasta que aquel bastardo no podía mantenerse casi en pie. Lo acompañó a su casa y por el camino cogió su cartera. Tomó la tarjeta de seguridad y después liberó su torturada alma. Mi mentor es un maestro de la muerte, por lo que sacó una aguja de coser lana y se la introdujo por la nariz atravesando la lamina cibrosa del esfenoides. Os describiría el proceso de placer que es introducir un metal por las fosas nasales de un hombre, pero no quiero que os emocionéis antes de acabar mi historia. El forense pensó más tarde que era un derrame cerebral por causa del alcohol que había en su sangre; son como niños.
Fernando ya estaba preparado: Una tarjeta de identificación, una mono azul con el logo de la empresa que robó en el mismo almacén y dos jeringuillas, una vacía y otra con epinefrina en su interior. Entró en la empresa como un trabajador más. Adulterar los viales fue sencillo en varias remesas del almacén. Con una jeringuilla sacó tres cuartas partes de la anestesia de ellos y con la otra que llevaba introdujo la epinefrina. Imaginaos la cara de espanto de los profesionales dentistas cuando los pacientes morían en sus sillas sin razón aparente. Al tener poca anestesia los viales y no hacerle efecto les pinchaban dos, tres veces para intentar anestesiar la zona de la boca que querían dormir. El primer síntoma fue temblor de las manos, el segundo ataque de nervios, el tercero paro cardiaco y el cuarto el aliento de mi mentor. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario