jueves, 30 de mayo de 2013

EN LAS AGUAS AZULES (LA SANGRE DE UN DISCÍPULO)



Yo reconozco que antes de conocer a mi mentor, no tengo recuerdos de haber visto un enchufe por dentro en mi vida y curiosamente nuestras almas se rozaron aquel día. Poseo total libertad de conectarme a la vida de Peñuelas y no, nunca ha sido muy mañoso. Mi otro yo, ese estúpido escritorcillo borracho y fumador, fue un día a la piscina. A una de barrio por supuesto, no sea que se arruinará; tío roñoso. Aunque, ese síndrome de me da igual todo en este caso me dio la vida. Yo nací aquella gloriosa tarde de julio. No me voy adelantar, la emoción me excita. El olor a quemado, estoy ahora mismo notándolo…
Disculpadme, últimamente salgo poco, casi siempre estoy medio dormido en el cuerpo de este maldito indeseable.
Fernando llevaba días planeando este asesinato colectivo… él no lo diría así; es más como un rescate de un dios. “Una exaltación de la gloría de su mano”.
La magia estaba en la electricidad  y de allí emanaría para purificar sus almas. Peñuelas se distanció un poco del grupo en el que había venido, no sé el porque y la verdad no me importa, pero por una vez hizo algo útil. Vio a un hombre en bañador forzar la cerradura de una puerta metálica.
Fernando no se dio cuenta, pero le habían visto entrar en el lugar donde se encontraba la depuradora de la piscina, una muy antigua, y lo bastante grande para electrocutar el agua. Empezó a hacer su trabajo. Peñuelas no huyó, si no que observó como aquel tipo sacaba el enchufe y pelaba un cable amarillo y verde a rayas, más tarde supe que era la toma de tierra; ya no saltarían los fusibles. Volvió a poner el enchufe muy rápidamente, como si de un autómata se tratara y se dirigió hacia el motor de la depuradora. Fue algo increíble, un plan maestro. Con una armonía divina, esculpió su creación. Las cosas antiguas se desgastan y los cables de un motor no son una excepción. Sólo hay que limar la sección de dos, cortarlos con sumo cuidado, que parezca fortuito, hasta dejarlos casi desunidos. La vibración del motor haría el resto. Peñuelas supo al instante que era un saboteador, pero no dijo nada. Se fue pensando que no era asunto suyo y se dirigió a la piscina, aunque por supuesto no se metió en el agua. Fernando cerró la puerta metálica, su destinó ahora eran  los vestuarios. Con un andar firme y tranquilo  se cambió y salió por la puerta con una sonrisa en su boca.
No sabéis que día más feliz, aquel hombrecillo se quedó mirando como la gente se bañaba a sabiendas de que algo pasaba. Yo en su interior ardía en deseos de nacer, se estaba filtrando mi vida poco a poco. Le poseí cuando los cables del motor cedieron. Niños, mujeres y hombres se encendieron como arbólitos de navidad y el olor a carne quemada se podía tocar. La gente gritaba espantada corriendo de un lado para otro; pisándose entre sí. Mientras los cuerpos carbonizados se hundían en las aguas azules.


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