La habitación se estremeció
y aparecieron cientos de arañas gigantes. Medían un metro y eran negras como el
alma de su señor. Atacaron al Haborym con un líquido verde que salía de sus
bocas. Éste corrosivo estaba haciendo heridas en sus patas produciendo que
perdiera el equilibrio. Amelia no lo estaba pasando mejor, intentaba evitar a
los arácnidos envolviendo su cuerpo con llamas, pero eran ignífugas. Un viento,
afilado como cuchillas atravesó el cuerpo de los espíritus que estaban
acorralando a Amelia. Mientras que las que atacaban al Haboryn se paralizaron
parcialmente dándo la oportunidad al espíritu de la chica de aplastarlas de
cuatro en cuatro.
Geret, el espíritu de
Jantaro estaba a su lado encorvado como siempre. No le quitaba ojo a una bestia
de metal que se había conseguido levantar del suelo. Geret empujó a Amelia y
desapareció de su vista para resurgir encima de la cabeza del gigante, afilando
sus manos contra su cabeza. Las chispas envolvían su cuerpo mientras torpemente
intentaba derribar al intruso que se le había colocado de sombrero.
─Baja insecto ─pero no conseguía
alcanzarlo.
Al fin el plan de Geret
funcionó. Los ojos de aquel espíritu, su única parte vulnerable se cegaron
debido a las chispas producidas por las cuchillas.
─ ¡Ahora Jantaro! ─le gritó Geret.
Éste miró al Harobyn que
comprendió al instante al leer sus pensamientos. La serpiente le cogió con la
boca y le lanzó hacia aquel monstruo que daba bandazos retorciéndose de dolor.
Con Ilander en sus manos, concentró su Ki y la espada se iluminó. Con extrema
habilidad le cortó la cabeza de un solo golpe. El espíritu del gigante de metal
desapareció y Jantaro, ya en el suelo corrió hacia Amelia para abrazarla. Los
dos se juntaron en aquella batalla y todos sus problemas desaparecieron durante
unos segundos mientras estaban entrelazados. Su discusión había sido olvidada y
la felicidad inundaba sus cuerpos por haberse encontrado una vez más. No
tuvieron tiempo para hablar, pues volvieron a la realidad cuando el Señor de
los Shinigamis empezó a reírse.
─ ¡Ja, ja, ja! ¡Vaya poder tiene la
espada! Pero habéis cometido un error.
─ ¿Qué pasa discípulo? ¿Es ese el poder del
que tanto presumías? ¿El famoso Ki del vacío? ¿Convocar arañitas peludas? ─dijo
Bo mientras le sacaba la lengua.
─No,
eso era una distracción para poder reunir el poder. No es fácil. Debisteis
atacarme a mí en vez de a mis espíritus.
Una energía azul le envolvía desde la cabeza
hasta las garras de los pies, que desprendían rayos y que pulverizaban el
cristal que pisaban. Era una imagen escalofriante y un frío aterrador inundo la
sala. Dos relámpagos iluminaron la habitación y fueron a dar donde no había
nadie. O eso es lo que parecía.
─ Astel; ¿crees que puedes engañarme a mí,
al Señor de los Shinigamis con una burda ilusión?...
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