Amelia meditaba como librarse
del brazalete con forma de serpiente en su celda, dentro del castillo del Señor
de los Shinigamis.
Su concentración era máxima ya que el tiempo que le quedaba expiraba
en unas horas. Pronto vendrían a por ella y si para entonces no había
controlado su Ki para ponerlo a cero, sus poderes y su vida acabarían para
siempre. Su nerviosismo no era de ayuda en aquel momento. Intentó relajarse y
visualizó su energía roja. Ya se había dado cuenta que ésta, aunque mermaba a
la voluntad de ella, seguía estando presente. No entendía cómo podía hacer
desaparecer algo que estaba ligado a su fuerza vital. Se levantó del suelo con
las piernas entumecidas y caminó por su celda intentando desconectar de su
problema. Pensó en su madre, que estaría seguramente tejiendo como una loca.
Ella siempre hacía tareas de forma mecánica y compulsiva cuando estaba
nerviosa. Sin duda debía llevar ya una alfombra hecha. Una sonrisa se dibujó en
su cara cuando se la imaginó. No podía dejarla sola. Estaba claro que no
servirían métodos comunes y, ese pensamiento, le hizo recordar a un viejo
chalado que conoció hace años. Residía en una cabaña cochambrosa a las afueras
de un pueblo donde vivieron ella y su madre hasta que se mudaron donde conoció
a Jantaro. Ella sintió lastima por aquel hombre que todo el mundo rechazaba.
Vivía solo y su alimentación dejaba mucho que desear, así que Amelia le llevaba a escondidas lo que
podía afanar de comida en su casa. Aunque él se creía un gran científico, algunos
rumores decían que se volvió loco por algún experimento que le explotó en las
narices. Un día en que Amelia le visitó, éste le habló del fuego. Él afirmaba
que se alimentaba y sobrevivía gracias al aire, por lo cual le dijo
textualmente: “Si consiguiéramos ahogarlo con una explosión y ésta consumiera
el viento del alrededor, las llamas se
extinguirían”. Por supuesto Amelia escuchaba por lastima y no porque creyera en
él. En verdad ni le interesaban los delirios de ese hombre trastornado. Pero
aquel viejo sólo deseaba que lo escuchasen y a ella eso siempre se le había
dado bien. Estaba tan desesperada que se agarró a un clavo ardiendo. Volvió
a sentarse en el suelo y se concentró.
Dividió en dos su Ki y en uno de ellos intensificó su energía lo máximo que
podía. El color cambió a un rojo muy intenso. Empezó a moverlo dentro de la
figura geométrica haciendo que rozará una y otra vez consigo mismo, hasta que
explotó en su interior cayendo ella desmayada. Cuando abrió los ojos miró
rápidamente su muñeca buscando el brazalete. Éste estaba en el suelo junto a
ella. Lo había conseguido. La energía al estallar había consumido a la otra y
durante un segundo había desaparecido
totalmente. Era libre al fin, aunque su alegría duro poco, el mayordomo del
Señor de los Shinigamis abrió la puerta de la celda. Ella, rápida, se guardó el
brazalete en un bolsillo de su camisón pues todavía lo llevaba de cuando Retir la
había secuestrado durmiendo en su cama. No era el momento, decidió, y siguió a
aquel viejo shinigami sin que el otro se diera cuenta de que ella ya podía usar
sus poderes.
Puertas del Castillo del señor de los Shinigamis.
Alasthor ya había llegado al castillo. Con sus cien hombres estaba
intentando tomarlo, pero la resistencia
era feroz por parte de su enemigo. La guardia había cerrado las puertas y se
habían atrincherado en el interior. Arrojaban un tipo de líquido ardiendo al
foso que derretía a los espíritus cuando intentaban escalarlo y Alasthor miraba
preocupado la escena, sabedor de que un asedio prolongado sería el final para
su hija. El plazo de los tres días que necesitaba el Señor de los Shinigamis
para extraer sus poderes estaba ya casi en su límite. Rudyt se acercó a él con
un shinigami a su lado.
─Mi comandante, este soldado pertenecía a
la guardia del Señor de los Shinigamis antes de unirse a nuestra causa. Conoce
un pasadizo que conecta el bosque con el castillo.
Alasthor observó a aquel
soldado bajo y regordete y sin contemplaciones preguntó delante de él a Rudyt.
─ ¿Es de fiar o nos llevará a una trampa?
─Es de mi pueblo, fue reclutado a la
fuerza hace años. Se llama Filver y tanto su familia como la mía están muertas
por causa de ese tirano sin sentimientos.
Alasthor afirmó con la
cabeza confiando en Rudyt y llamó a Elian y Clarent. Los cinco se reunieron
mientras sus tropas seguían intentando entrar con sus espíritus de lucha.
─Vosotros tres ─dirigiéndose a sus
sargentos─. Os quedaréis aquí distrayendo al enemigo mientras yo y Filver
entramos por el pasadizo ─señalando al shinigami.
─ ¿Tú solo? Deja que te acompañemos ─dijo
Clarent nervioso mientras su antiguo sargento le echaba una mirada inquisitiva.
Éste se dio cuenta y avergonzado se disculpó─. Perdonadme comandante.
Alasthor sonrió y prosiguió.
─Estaréis sólo treinta minutos
asediándolos para que todo soldado de ellos este aquí intentando evitar que
toméis su castillo. Eso nos dará más facilidades a mí y a los amigos de mi hija
que seguramente estén dentro para
rescatarla. Recordad, media hora y huiréis. No sabemos si mi padre ha ganado la
batalla. En el caso de haberla perdido os encontraréis en serios problemas si
el ejército de Kalmin aparece por aquella ladera.
Todos guardaron silencio,
pero Clarent, con la cabeza agachada no pudo contenerse.
─ ¿Cómo saldréis sin nuestra ayuda?
Alasthor le miró y notó una
ola de simpatía hacia aquel sargento.
─Puedo hacerlo de tres formas distintas.
La primera con la ayuda de Retir que está con ellos dentro. Tiene un amuleto de
shinigami. El segundo, junto a Vladimir al ser un demonio no se rige igual,
puede aparecer y desaparecer a su antojo. Tercera,
si derrotamos al Señor de los Shinigamis el sello de Jantaro se romperá y él
tampoco está sujeto a nuestras mismas leyes físicas al ser un humano inmortal.
De todos modos, siempre puedo volver por el mismo camino por el que voy a
entrar.
Elian tomo la mano de Alasthor y se la besó
arrodillándose.
─Buena suerte, mi general ─lo dijo con
orgullo y fe ciega. Los dos amigos hicieron lo mismo. Alasthor sabiendo la
suerte que tenía al contar con aquellos shinigamis esperó volver a encontrarse
con ellos. Miró a Filver y dijo.
─Vamos amigo, guíame hacia el castillo.
Entraron por un antiguo
túnel de ventilación. Estaba oscuro y olía a cerrado. Su guía parecía conocer
el camino al dedillo. En ese instante, se oyeron unas voces y detrás de ellos
surgieron dos soldados enemigos transformados, que portaban unas lanzas. Alasthor
iba a cambiar de estado cuando unas cuerdas aparecieron enrollándose en su
cuerpo. Éstos le ataron de pies y manos obligándole a caer en el barro que
había acumulado en el suelo del túnel.
─ Mi querido amigo. Te estaba esperando.
Una sombra tomó forma cuando
el Señor de los Shinigamis apareció delante de él.
─Alasthor, el último de una estirpe. Tu
padre ha muerto y pronto acompañaras en el último viaje a tu hija.
Si Jawet había caído,
la batalla se había perdido. Sus hombres estaban en peligro. Intentó
moverse desesperadamente, pero aquellas sogas le apretaban cada vez más.
─Cuanto más te muevas, más se ajustarán
las cuerdas a tu cuerpo. Es un juguete
del mundo mágico. Ahora matadle ─ordenó a sus shinigamis.
Uno de los soldados de su
guardia atravesó el pecho con su lanza a Filver. Éste entre terribles dolores,
agonizando. preguntó.
─ ¿Por qué? ¿Y mi familia?
─Los tuyos ya están muertos. Únete a
ellos. Eras un buen espía, aunque no
soportó a la gente que se deja engañar tan fácilmente ─y el Señor de los
Shinigamis escupió sobre su cuerpo sin vida─. Miró a Alasthor que horrorizado
observaba la escena y le sonrió.
─Tú no te preocupes, morirás antes de lo
que piensas. Primero quiero que veas como le absorbo los poderes a tu hija y
luego me como su corazón para sellar el conjuro.
Los dos soldados cargaron el
cuerpo maniatado de Alasthor, que temblaba más por Amelia que por su vida.
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