jueves, 9 de mayo de 2013

JANTARO EN EL MUNDO DE LOS SHINIGAMIS CAP. 18 (primera parte)



REENCUENTRO

 Amelia meditaba como librarse del brazalete con forma de serpiente en su celda, dentro del castillo del Señor de los Shinigamis.
Su concentración era máxima ya que el tiempo que le quedaba expiraba en unas horas. Pronto vendrían a por ella y si para entonces no había controlado su Ki para ponerlo a cero, sus poderes y su vida acabarían para siempre. Su nerviosismo no era de ayuda en aquel momento. Intentó relajarse y visualizó su energía roja. Ya se había dado cuenta que ésta, aunque mermaba a la voluntad de ella, seguía estando presente. No entendía cómo podía hacer desaparecer algo que estaba ligado a su fuerza vital. Se levantó del suelo con las piernas entumecidas y caminó por su celda intentando desconectar de su problema. Pensó en su madre, que estaría seguramente tejiendo como una loca. Ella siempre hacía tareas de forma mecánica y compulsiva cuando estaba nerviosa. Sin duda debía llevar ya una alfombra hecha. Una sonrisa se dibujó en su cara cuando se la imaginó. No podía dejarla sola. Estaba claro que no servirían métodos comunes y, ese pensamiento, le hizo recordar a un viejo chalado que conoció hace años. Residía en una cabaña cochambrosa a las afueras de un pueblo donde vivieron ella y su madre hasta que se mudaron donde conoció a Jantaro. Ella sintió lastima por aquel hombre que todo el mundo rechazaba. Vivía solo y su alimentación dejaba mucho que desear,  así que Amelia le llevaba a escondidas lo que podía afanar de comida en su casa. Aunque él se creía un gran científico, algunos rumores decían que se volvió loco por algún experimento que le explotó en las narices. Un día en que Amelia le visitó, éste le habló del fuego. Él afirmaba que se alimentaba y sobrevivía gracias al aire, por lo cual le dijo textualmente: “Si consiguiéramos ahogarlo con una explosión y ésta consumiera el viento del  alrededor, las llamas se extinguirían”. Por supuesto Amelia escuchaba por lastima y no porque creyera en él. En verdad ni le interesaban los delirios de ese hombre trastornado. Pero aquel viejo sólo deseaba que lo escuchasen y a ella eso siempre se le había dado bien. Estaba tan desesperada que se agarró a un clavo ardiendo. Volvió a  sentarse en el suelo y se concentró. Dividió en dos su Ki y en uno de ellos intensificó su energía lo máximo que podía. El color cambió a un rojo muy intenso. Empezó a moverlo dentro de la figura geométrica haciendo que rozará una y otra vez consigo mismo, hasta que explotó en su interior cayendo ella desmayada. Cuando abrió los ojos miró rápidamente su muñeca buscando el brazalete. Éste estaba en el suelo junto a ella. Lo había conseguido. La energía al estallar había consumido a la otra y durante un segundo  había desaparecido totalmente. Era libre al fin, aunque su alegría duro poco, el mayordomo del Señor de los Shinigamis abrió la puerta de la celda. Ella, rápida, se guardó el brazalete en un bolsillo de su camisón pues todavía lo llevaba de cuando Retir la había secuestrado durmiendo en su cama. No era el momento, decidió, y siguió a aquel viejo shinigami sin que el otro se diera cuenta de que ella ya podía usar sus  poderes.

    


Puertas del Castillo del señor de los Shinigamis.

Alasthor ya había llegado al castillo. Con sus cien hombres estaba intentando tomarlo, pero  la resistencia era feroz por parte de su enemigo. La guardia había cerrado las puertas y se habían atrincherado en el interior. Arrojaban un tipo de líquido ardiendo al foso que derretía a los espíritus cuando intentaban escalarlo y Alasthor miraba preocupado la escena, sabedor de que un asedio prolongado sería el final para su hija. El plazo de los tres días que necesitaba el Señor de los Shinigamis para extraer sus poderes estaba ya casi en su límite. Rudyt se acercó a él con un shinigami a su lado.
     ─Mi comandante, este soldado pertenecía a la guardia del Señor de los Shinigamis antes de unirse a nuestra causa. Conoce un pasadizo que conecta el bosque con el castillo.
Alasthor observó a aquel soldado bajo y regordete y sin contemplaciones preguntó delante de él a Rudyt.
     ─ ¿Es de fiar o nos llevará a una trampa?
     ─Es de mi pueblo, fue reclutado a la fuerza hace años. Se llama Filver y tanto su familia como la mía están muertas por causa de ese tirano sin sentimientos.
Alasthor afirmó con la cabeza confiando en Rudyt y llamó a Elian y Clarent. Los cinco se reunieron mientras sus tropas seguían intentando entrar con sus espíritus de lucha.
     ─Vosotros tres ─dirigiéndose a sus sargentos─. Os quedaréis aquí distrayendo al enemigo mientras yo y Filver entramos por el pasadizo ─señalando al shinigami.
     ─ ¿Tú solo? Deja que te acompañemos ─dijo Clarent nervioso mientras su antiguo sargento le echaba una mirada inquisitiva. Éste se dio cuenta y avergonzado se disculpó─. Perdonadme comandante.
Alasthor sonrió y prosiguió.
     ─Estaréis sólo treinta minutos asediándolos para que todo soldado de ellos este aquí intentando evitar que toméis su castillo. Eso nos dará más facilidades a mí y a los amigos de mi hija que  seguramente estén dentro para rescatarla. Recordad, media hora y huiréis. No sabemos si mi padre ha ganado la batalla. En el caso de haberla perdido os encontraréis en serios problemas si el ejército de Kalmin aparece por aquella ladera.
Todos guardaron silencio, pero Clarent, con la cabeza agachada no pudo contenerse.
     ─ ¿Cómo saldréis sin nuestra ayuda?
Alasthor le miró y notó una ola de simpatía hacia aquel sargento.
     ─Puedo hacerlo de tres formas distintas. La primera con la ayuda de Retir que está con ellos dentro. Tiene un amuleto de shinigami. El segundo, junto a Vladimir al ser un demonio no se rige igual, puede aparecer y desaparecer a su antojo. Tercera, si derrotamos al Señor de los Shinigamis el sello de Jantaro se romperá y él tampoco está sujeto a nuestras mismas leyes físicas al ser un humano inmortal. De todos modos, siempre puedo volver por el mismo camino por el que voy a entrar.
 Elian tomo la mano de Alasthor y se la besó arrodillándose.
     ─Buena suerte, mi general ─lo dijo con orgullo y fe ciega. Los dos amigos hicieron lo mismo. Alasthor sabiendo la suerte que tenía al contar con aquellos shinigamis esperó volver a encontrarse con ellos. Miró a Filver y  dijo.
     ─Vamos amigo, guíame hacia el castillo.
Entraron por un antiguo túnel de ventilación. Estaba oscuro y olía a cerrado. Su guía parecía conocer el camino al dedillo. En ese instante, se oyeron unas voces y detrás de ellos surgieron dos soldados enemigos transformados, que portaban unas lanzas. Alasthor iba a cambiar de estado cuando unas cuerdas aparecieron enrollándose en su cuerpo. Éstos le ataron de pies y manos obligándole a caer en el barro que había acumulado en el suelo del túnel.
     ─ Mi querido amigo. Te estaba esperando.
Una sombra tomó forma cuando el Señor de los Shinigamis apareció delante de él.
     ─Alasthor, el último de una estirpe. Tu padre ha muerto y pronto acompañaras en el último viaje a tu hija.
Si Jawet  había caído,  la batalla se había perdido. Sus hombres estaban en peligro. Intentó moverse desesperadamente, pero aquellas sogas le apretaban cada vez más.
     ─Cuanto más te muevas, más se ajustarán las cuerdas a tu cuerpo. Es un juguete  del mundo mágico. Ahora matadle ­─ordenó a sus shinigamis.
Uno de los soldados de su guardia atravesó el pecho con su lanza a Filver. Éste entre terribles dolores, agonizando. preguntó.
     ─ ¿Por qué? ¿Y mi familia?
     ─Los tuyos ya están muertos. Únete a ellos. Eras un buen espía, aunque  no soportó a la gente que se deja engañar tan fácilmente­ ─y el Señor de los Shinigamis escupió sobre su cuerpo sin vida­─. Miró a Alasthor que horrorizado observaba la escena y le sonrió.
      ─Tú no te preocupes, morirás antes de lo que piensas. Primero quiero que veas como le absorbo los poderes a tu hija y luego me como su corazón para sellar el conjuro.
Los dos soldados cargaron el cuerpo maniatado de Alasthor, que temblaba más por Amelia que por su vida.

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