miércoles, 5 de junio de 2013

LA MASACRE DE LA IGLESIA (LA SANGRE DE UN DISCÍPULO)

Si recordáis bien la semana pasada estuve explicándoos como surgí en este mundo. El ver el asesinato en masa de aquellos pobres condenados fue demasiado para el cerebro de Peñuelas. ¿Mi nombre?; podéis preguntaros. Mi mentor me llamaba Bulbo por la Bulbophillum nocturnumUna orquídea que sólo se abre en la oscuridad.
Cuando tuve el bastante control para manejar el cien por cien de su cuerpo empecé a actuar. Yo no soy cualquiera, yo abro los límites de lo que es real y lo que es imaginario. Mi primera vez tenía que ser algo que llamará la atención de Fernando, yo ansiaba conocer a aquel Dios que me había dado la vida, y empecé a pensar. Durante días mi mente buscaba realizar el sacrificio para invocar al me había dado el soplo vital, pero no hallé respuesta. Fue en cambio Peñuelas el que descubrió el lugar; para el que no me haya seguido deberá saber que yo tengo la condición de ver todo lo que mi huésped sienta por sus sentidos, y él entró por sus puertas. Peñuelas, una tarde traspasó el umbral de una Iglesia. No una grande y lujosa, si no una de barrio. Una edificación de los años 80, roja y chillona que da la impresión de ser las puertas de un gimnasio hortera. Luego te topas con una cruz y sabes que está en la casa del señor. El se sentó en los bancos de madera y escuchó al viejo cura recitar sus plegarias y alabanzas al Todopoderoso. Tomó más tarde la comunión mojándola en vino y se lo dio a los feligreses ardientes de enseñanza divina. Fue el momento que llevaba días esperando una revelación y fue el principio de la masacre…
Encontrar drogas en Madrid sí que es sencillo. Pregunté a dos persona y al momento ya tenía un gramo de cocaína, otro de cristal y un alucinógeno en una pequeña botella. No soy tonto y aunque al principio intentó aprovecharse, le puso muy claro las cosas cuando le puso un cuchillo en el cuelo y le dije que conmigo no se juega. Suave, suave.
Ya tenía el veneno, sólo necesitaba entrar en la iglesia, y fue por el día. Esperé tranquilamente a que la sacristía estuviera vacía. Fue fácil forzarla, hasta un niño podría, y encontré el vino de consagrar.
Decanté como sumiller, o podríamos decir que lo oxigené, ¡Ja, ja, ja! No, hablando en serio mezclé con el vino mi cóctel mortal, volví a dejar la botella en su lugar y esperé.

En la misa de primera hora de la mañana yo estaba en el último banco y noté que alguien me tocaba en el hombro. Al darme la vuelta sentí su presencia y supe que era él. Fernando me cogió del brazo y sin decir palabras supe enseguida que tenía que seguirle. Salimos de la Iglesia y nos quedamos a unos doscientos metros. Durante muchos minutos mi vista no podía apartarse de él y volví a la realidad cuando las ambulancias me confirmaron que el sacrificio de unos ancianos y un sacerdote habían invocado a mi señor.        

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