Si recordáis bien la semana
pasada estuve explicándoos como surgí en este mundo. El ver el asesinato en
masa de aquellos pobres condenados fue demasiado para el cerebro de Peñuelas.
¿Mi nombre?; podéis preguntaros. Mi mentor me llamaba Bulbo por la Bulbophillum nocturnum. Una orquídea que sólo se abre en
la oscuridad.
Cuando tuve el bastante
control para manejar el cien por cien de su cuerpo empecé a actuar. Yo no soy
cualquiera, yo abro los límites de lo que es real y lo que es imaginario. Mi
primera vez tenía que ser algo que llamará la atención de Fernando, yo ansiaba
conocer a aquel Dios que me había dado la vida, y empecé a pensar. Durante días
mi mente buscaba realizar el sacrificio para invocar al me había dado el soplo
vital, pero no hallé respuesta. Fue en cambio Peñuelas el que descubrió el
lugar; para el que no me haya seguido deberá saber que yo tengo la condición de
ver todo lo que mi huésped sienta por sus sentidos, y él entró por sus puertas.
Peñuelas, una tarde traspasó el umbral de una Iglesia. No una grande y lujosa,
si no una de barrio. Una edificación de los años 80, roja y chillona que da la
impresión de ser las puertas de un gimnasio hortera. Luego te topas con una
cruz y sabes que está en la casa del señor. El se sentó en los bancos de madera
y escuchó al viejo cura recitar sus plegarias y alabanzas al Todopoderoso. Tomó
más tarde la comunión mojándola en vino y se lo dio a los feligreses ardientes
de enseñanza divina. Fue el momento que llevaba días esperando una revelación y
fue el principio de la masacre…
Encontrar drogas en Madrid sí
que es sencillo. Pregunté a dos persona y al momento ya tenía un gramo de
cocaína, otro de cristal y un alucinógeno en una pequeña botella. No soy tonto
y aunque al principio intentó aprovecharse, le puso muy claro las cosas cuando
le puso un cuchillo en el cuelo y le dije que conmigo no se juega. Suave,
suave.
Ya tenía el veneno, sólo
necesitaba entrar en la iglesia, y fue por el día. Esperé tranquilamente a que
la sacristía estuviera vacía. Fue fácil forzarla, hasta un niño podría, y encontré
el vino de consagrar.
Decanté como sumiller, o podríamos
decir que lo oxigené, ¡Ja, ja, ja! No, hablando en serio mezclé con el vino mi
cóctel mortal, volví a dejar la botella en su lugar y esperé.
En la misa de primera hora de
la mañana yo estaba en el último banco y noté que alguien me tocaba en el
hombro. Al darme la vuelta sentí su presencia y supe que era él. Fernando me
cogió del brazo y sin decir palabras supe enseguida que tenía que seguirle.
Salimos de la Iglesia y nos quedamos a unos doscientos metros. Durante muchos
minutos mi vista no podía apartarse de él y volví a la realidad cuando las
ambulancias me confirmaron que el sacrificio de unos ancianos y un sacerdote
habían invocado a mi señor.
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