LOS CUATRO PODERES DEL UNIVERSO
─Toma
maestro, tu bastón ─dijo Jantaro mientras el fuego de la hoguera iluminaba sus
ojos.
─No.
Quédatelo tú.
─Pero maestro,
eso es imposible. El bastón y tú sois uno solo, no podéis estar separados, si no
moriréis.
Se levantó del suelo y fue
a dárselo al anciano que puso la palma de la mano enfrente del muchacho parando
a éste en seco.
─Dentro de
dos noches deberás hacer el gran viaje y necesitarás toda la ayuda que puedas.
─No creo estar preparado. Yo prefiero
vivir como tú.
─Sabes, mi imprudente aprendiz, desde que
fuiste recogido del viento en el lecho de la montaña has estado conmigo
dieciséis años y, una verdad absoluta es que tú no estás hecho para ser monje.
Jantaro intentó interrumpirle.
─Pero....
El maestro hizo como si no le oyera y prosiguió
hablando.
─Eres un
inmortal y como tal tienes deberes y obligaciones. El camino hacia la
sabiduría, recuerda, está marcado por los cuatros poderes del universo. Yo te
he enseñado sólo la energía o Ki del alma. Tú deberás aprender los otros tres.
El Ki del cuerpo, la magia que es el Ki de la naturaleza y, el más poderoso, el
que sólo los cuatro grandes conocen, el Ki del vacío. Es decir, el crear
energía de la nada. Pasado mañana cumplirás lo que está escrito, pero tú
deberás forjar el camino que te ha de llevar a tu destino. El bastón te ayudará
a viajar a las diferentes realidades guiándote por ellas y mientras estés con
él yo permaneceré contigo.
La luna empezó a hacerse
visible escapando del manto de las nubes y
una luz débil mostró la cara de
los dos hombres. En el rostro de Jantaro se podían atisbar unas lágrimas.
─Yo no estoy
preparado, hay cosas que yo no entiendo ─dijo con los ojos llorosos.
─ ¿Quiénes
son mis padres? ¿Por qué yo? No quiero perderte.
El anciano volvió
su cara hacia el fuego.
─Es bueno
saber las preguntas porque si no ¿cómo vas hallar las respuestas? Todas ellas, estoy
seguro te serán respondidas. Como todo aprendizaje se necesita tiempo e
imaginación para crear una idea que esté por encima de las demás. Sólo debes
tener fe en ti. Ahora debemos dormir.
Jantaro no pegó ojo aquella
noche.
Sus pensamientos y recuerdos
se trasladaron a su infancia, cuando se dormía mientras hacía meditación y
aquel bastón que ahora era suyo golpeaba su cabeza una y otra vez; al peso de
los sacos que durante dos años debía llevar para fortalecerse, fardos que extrañamente cada día pesaban más. Una
sonrisa se esbozó en su cara cuando recordó lo idiota que fue. Mientras él
dormía, el anciano, sin que él se diera
cuenta, le ponía más arena a las improvisadas pesas. Recordaba, también, como
se escapó una noche enfadado porque llevaban cinco días sin comer y el maestro
no quiso coger un poco de comida que le dio un aldeano. El chico fue a casa de éste y se atiborró de pescado. Estuvo
dos días vomitando.
“El remordimiento es la
conciencia de la vida y nos hace ver la experiencia y por lo tanto recordarla”;
le dijo el maestro. Había veces que no entendía cuando el otro hablaba y lo
expresaba con indignación, pero al final, tras días de reflexión, conseguía
entender el significado de las palabras de aquel místico que era padre y madre
para él.
Al día siguiente, una débil
lluvia mojaba la ropa de Jantaro, aunque
dentro de su corazón aquellas gotas traspasaban su cuerpo llegando a su alma.
Andaban por la ladera de la montaña los dos hombres sin decir palabra hasta que de repente el anciano maestro rompió
el silencio.
─ ¿Por qué
estás triste?
Jantaro rumió su
contestación. ¿A qué venía esa pregunta, no era obvio? al fin, con
indignación replicó al maestro.
─No sé, vais
a morir.
─Todos
morimos, la muerte no es el final es el principio de la vida ─parándose en seco
el alumno replicó.
─ ¡Pues yo no
puedo morir!
La risa del maestro creo un
eco en la montaña y, con aire divertido se tapó la boca y contestó.
─No recuerdas
mi querido niño, que si te corto la cabeza y luego la quemo no verías un nuevo
día.
No tenía argumentos, resopló y siguió andando.
A las dos horas llegaron
a un valle con grandes árboles y un pequeño río que lo dividía por la mitad.
Las flores campaban a sus anchas pues la primavera ya hacía un mes que se había
asentado. El anciano se agachó y recolectó algunas plantas que introdujo en su
bolsa de tela.
─Ve a por
leña para hacer un fuego, pasaremos aquí la noche ─ordenó.
Sin replicar recogió
algunos maderos del suelo y encendió una fogata. Ya estaban comiendo una sopa
con hierbas y fruta cuando el discípulo, asumiendo su destino preguntó.
─ ¿Cómo voy a ir a otra dimensión?
Dejando de comer el maestro
respondió.
─Me alegra
que al final aceptes tu destino. Bien, eso está bien. ─el muchacho hizo un
gesto de desagrado y el anciano continuó─. Primero debes de concentrar toda la
energía del Ki que tengas en tu alma y después enviarla al bastón.
─ ¿Eso es
todo?
─Bueno, la
teoría es sencilla, pero la práctica es diferente. Existen tantas realidades
como posibilidades por lo que solamente con
el verdadero control llegarás a perfeccionarlo.
Divertido replicó.
─Vamos, ¿qué
no sé dónde voy a ir?
─Exactamente.
El maestro siguió
comiendo y Jantaro vio una nube negra en su futuro. Poco a poco cayeron en las
redes del sueño.
Antes del amanecer se
despertó sobresaltado.
─ ¡Shh! No
hagas ruido ─dijo entre susurros el maestro.
Se levantó y vio una sombra
moverse hacia ellos, en ese mismo instante algo con filo intentó cortarle, se agachó
instintivamente y pudo ver una figura que se balanceaba en el aire. Tenía un
fuerte olor a carne quemada. El maestro giró su cuerpo y lanzándole una patada
la sombra salto hacia atrás. El sol comenzaba a salir con los primeros rayos y el chico se quedó
petrificado al ver un ser demoníaco, totalmente negro, completamente maligno. Marcas tribales llenaban su cara y en la
mano llevaba una gran guadaña. La movía de Este a Oeste, su arma parecía tener
vida.
─ ¡Coge el
bastón y vete! ─chilló el maestro.
Jantaro intentó
concentrarse con él en la mano, pero no pudo. A su lado el anciano esquivaba al
ser mientras luchaba con las palmas de la mano emitiendo energía. La lucha era
encarnizada. Movimientos como un molino que estallaban en llamas azules se
acercaban peligrosamente al maestro. Éste se quedó parado y unas llamaradas
blancas emergieron de su cuerpo. El encontronazo de las dos naturalezas, una
del bien y otra del mal, explotó cegando a Jantaro. Cuando pudo volver a ver,
vio la cabeza del demonio ardiendo en el suelo.
─ ¡Maestro,
Maestro!
Estaba tumbado con
quemaduras en casi toda la totalidad de su cuerpo.
El joven corrió hacia él sujetándole,
pero no pudo hacer nada. Estaba muerto.
Un grito desgarró el amanecer.
Al atardecer ya había cavado la tumba y el
cuerpo reposaba en su interior.
─Te juro
Maestro que no te olvidaré y seguiré mi camino hasta que nos reunamos otra vez
─dijo en voz alta.
Las lágrimas no le dejaban
ver, aun así rellenó de tierra el hoyo. Miró el bastón y se concentró. Pensó en
su amado maestro y un aire verdusco impregnó todo, formando una cúpula a su
alrededor. A los cinco segundos en el valle sólo quedaba una tumba sin
nombre.
LA ESPADA
Un trono de oro y zafiros
con dos alas de plata presidía el Salón. Las paredes dibujadas con escenas de
almas viajando al mundo de los muertos en fila eran recibidas por un ser alado
sin ningún parecido con un ser humano. Un tono de piel grisáceo como un elefante, ojos amarillos
como el ámbar y una larga cabellera negra le daban un aspecto escalofriante.
Las múltiples imágenes de aquellos seres estaban repartidas por la estancia y
mientras el príncipe Asino andaba sobre el mármol negro que cubría el suelo
pensaba si no estaba cometiendo un error. Al llegar al trono dos antorchas se
encendieron unísonas y de las sombras surgió un ser de la misma condición que
las pinturas. Asino no solía asustarse por nada, aunque aquello le perturbó.
Media más de dos metros y en su cabeza ya no había piel, sólo hueso y una
corona de piedras rojas. Vestía una túnica negra totalmente roída y sus pies
desnudos eran una mezcla de pezuñas y dedos que se intercalaban entre sí. A su derecha, surgió sin que el príncipe notase
su presencia otro ser igual, aunque mucho más bajo. Éste portaba una espada de
un metal negro con una empuñadura blanca del mismo color que el hueso. Se
arrodilló y le ofreció el arma a su amo.
Asino hizo ademán de sacar su espada
cuando vio como el Señor de los Shinigamis la blandía.
─Yo que tú no
lo haría.
Una voz cavernosa salió como un susurro y se expandió por toda la sala.
─Es la espada
forjada por un millón de almas y creada por los mejores herreros del
inframundo. Su nombre grabado en sangre
es Ilander. No creo que esa ridiculez que lleváis al cinto pueda hacer
algo contra ella.
Asino la miró fascinado.
Luego, más tranquilo, se arrodilló y preguntó.
─Señor de los
Shinigamis, los portadores de almas, ¿Por qué
me habéis llamado?
─Sois muy
divertido y a la vez tenéis valor. Es irónico que vos mismo os pusierais en
contacto con mis espías en la capital de vuestro reino. En vuestro mensaje
dabais a entender las circunstancias
adversas a la sucesión de la regencia que actualmente desempeña vuestro padre.
¿Qué debo yo, dios de la muerte temer?
El sudor corría por la
espalda del príncipe. Ahora debo medir mis palabras, este asqueroso monstruo
no dudará en cortarme la cabeza, pensó.
─Mi señor,
como su excelencia sabe, vuestro voto es
el definitivo. El Señor del Inframundo votará por él, el Señor de los
cuatro elementos se elegirá a sí mismo.
Mi padre no es el mismo desde hace tiempo. Creo que está siendo controlado por
los poderes oscuros del infierno. No sale de su habitación y los pocos que le
han visto hablan de un cambio absoluto en su personalidad. Se decantará por su
nuevo amo y yo me pregunto. ¿Qué hará su señoría?
El shinigami dejó la espada
en el trono. Acercándose al humano su cara esquelética cambió.
─Yo soy
neutral, las almas deben pasar por mí ya sean buenas o malas. Mi voto, si
queréis saberlo, será el mismo que el de la última reunión.
Asino notó el olor a muerte,
cuando éste se acercó y una arcada de repugnancia le invadió todo el cuerpo. Ser decrepito y
nauseabundo, se dijo para sí.
─Mi dios. Si
el mal consigue gobernarnos a todos acabará
con toda la vida, sin almas no tendréis ya trabajo y os pudriréis.
El shinigami ladeó el brazo
hacia un lado y una mano esquelética golpeó al príncipe en la cara
lanzándole al suelo.
─Si aprecias
tu vida no vuelvas nunca más a hablarme así.
Asino postrado en el suelo hizo ademán de levantarse
para arremeter contra aquel ser, pero el shinigami le hizo detenerse cuando
éste, dándose la vuelta sin mirarle, con
desprecio preguntó.
─ Si me
habéis venido a ver es que queréis matar a vuestro padre y remplazarlo, ¿verdad?
Asino, con la cara cubierta
de sangre pensó. Bien, ya lo has entendido basura y volviendo a donde
estaba antes le dijo.
─No se puede
contrarrestar el poder del dios del infierno sino es matándolo. Yo no tengo la
fuerza necesaria y creo que vos tampoco, pero sí que tenéis el poder de
derrotar al Señor de Larimar.
El Dios de la Muerte hizo una mueca que parecía con
mucha imaginación una sonrisa. Cogió la espada y la tiró al suelo.
─Con esto
morirá. Debéis cortarle la cabeza.
Asino la recogió y mirando
a aquel ser pensó. Tú serás el
próximo, rata de huesos.
Cuando el príncipe salió del
palacio, el shinigami anterior volvió a surgir de la nada
─Mi Maestro,
el muchacho ha llegado a nuestra dimensión.
─Bien, que se
encuentre con él Alasthor y su hija.
Turbado, el siervo
respondió.
─Pero ella es
medio humana y es la nieta de Jawet.
─Por eso, el
chico se identificará mejor con alguien que es casi de su especie y, de ese
viejo ya me encargaré más tarde. Ahora; parte.
……………
─Os he
estado buscando, capitán.
Asino se dio la vuelta
encontrándose de frente con Gatira. Estaba muy guapa, se había recogido el pelo
haciéndose una trenza y su rostro
despejado mostraba todos sus encantos de mujer. Qué pena que no tenga sangre
de dioses, aunque sea inmortal. Bueno, cuando tenga el poder cambiaré las
reglas, pensó.
─Tenía cosas
que hacer ─respondió a la muchacha mientras
tocaba la espada oculta tras su abrigo que el Señor de los Shinigamis le había
dado.
─Nuestro
entrenamiento. Os lo habéis saltado ─confirmó indignada.
Él se acercó y con un gesto
acarició la cara de ella.
─Dame diez
minutos para cambiarme y perdona a este olvidadizo capitán.
Su cuerpo se estremeció al notar
el tacto de él y con la cara toda roja sólo pudo mover ligeramente el cuello
asintiendo.
Ella le vio marcharse hacia
su castillo. No podía creer la conversación que había tenido con el Señor de
Larimar hacía solo una hora.
Su amo la había hecho llamar.
Un hombre vestido de negro se identificó como uno de los consejeros reales.
Ella le reconoció de alguna vez que le había visto en el palacio de su señor.
Cogió una pequeña carta y leyó:
“Mi querida Gatira sería un honor para
mí que pudieras encontrarte conmigo en mis habitaciones para tomar una
infusión, pues debo discutir contigo ciertos temas y debo encomendarte una
misión.
Señor de Larimar”
Al
lado estaba el sello real que era una piedra azul. Ella siempre
había
admirado el trato casi familiar que le otorgaba. Por eso
odiaba a aquellos pomposos
nobles, siempre la miraban por
encima del hombro. Ella recogió
su espada y siguió al mensajero
hasta donde se iba a celebrar
la entrevista. Un santuario de ocho
pisos se alzaba ante ella. Una edificación
gloriosa que era la
envidia de otras ciudades y el orgullo
de la capital. Cuando entró,
dos soldados imperiales
guardaban sus puertas vestidos de verde
y azul. No hicieron ningún
gesto cuando ellos pasaron a su lado.
El suelo de mármol reflejaba el
techo de lámparas de plata y las
paredes estaban decoradas con
ribetes de oro. Las habitaciones
del Señor estaban en el último
piso, no se cansaba de ver las
diferentes salas mientras
subían una escalera hecha de oro blanco.
Su habitación preferida era la
de los mil espejos. Se decía que fue
construida por un matemático de
otra realidad que reprodujo con
ellos la sensación del espacio
infinito. Ella sólo sabía que entrar
era perderse en una marea de
sensaciones que hacía levitar su
alma. Una sala azul de piedra estaba
delante de ella. Otros dos
guardianes custodiaban la
última puerta.
─Yo no puedo
seguiros más ─y despidiéndose el
consejero real se dirigió hacia la escalera. Ella respiró profundamente y se
dirigió con paso calmado hacia la última sala. Cuando entró se sorprendió al
ver el contraste con el resto del santuario. Era de una sencillez abrumadora.
Un pequeño armario de
madera con los pomos de un color anaranjado, las paredes blancas y una cama sencilla sin ornamentos. Nunca antes
había estado en esa habitación. De una
pared se abrió una puerta falsa y un anciano de largas barbas surgió de ella.
Llevaba una túnica azul adornada con
cientos de ojos. La chica se arrodilló rápidamente al suelo cuando le vio.
─Levanta mí querida niña ─y movió su mano en un gesto hacia arriba.
Ella lentamente se alzó y pudo ver sus rasgos más claramente: unos ojos negros
pequeños y una sonrisa que despertaba tranquilidad.
─Te prometí
una infusión.
Cogió de la mesa una
campanilla y una mujer mayor surgió como de la nada.
─Tráenos
dos.... ─El anciano se quedó pensativo─. ¿Qué quieres querida?
─Lo que a su
señoría le apetezca.
Acariciándose la
barba miró a la criada.
─No sé,
dejemos que Haita nos sorprenda. Ella es una maestra. ¿Te parece bien?
─Sí, claro
─respondió acomplejada.
─Siéntate,
tenemos que hablar.
Gatira buscó sorprendida por
la habitación, en ella no había ninguna silla.
─ Claro,
perdona.
Viéndola extrañada, movió
el brazo de derecha a izquierda y surgieron de la nada dos sillas de madera. El
Señor de Larimar se sentó y ella le imitó. En ese instante Haita traía una tetera
con dos tazas de porcelana. Miró al anciano.
─Hoy
estoy en otro mundo ─ dijo él.
Imitando el movimiento anterior surgió una mesa de café.
La criada sirvió la infusión y salió discretamente por algún sitio que Gatira
no llegó a imaginar. El Señor se llevó la taza a la boca y paladeó su
contenido.
─Delicioso,
no me preguntes que lleva porque ni yo lo sé.
Ella lo probó y le pareció
que sabía a cerezas, pero cuando iba a tragarlo se transformó en gajos de
mandarina. Dio otro sorbo y esta vez le recordó al plátano.
─Maravilloso
─dijo ella sorprendida.
─ ¿Qué sabes
mi querida niña, del Inframundo?
La pregunta cogió por
sorpresa a Gatira.
─Sé que lo
gobierna un inmortal que es miembro del consejo.
─ ¿Y nada
más? ─replicó el anciano.
─Y que está
repleto de demonios. Son muy poderosos pero nunca he visto ninguno.
Él la miró a los ojos y supo que ella decía la verdad.
─Veo que no
mientes; está bien. En el inframundo hay muchas clases de demonios y algunos
son incluso inmortales como su líder. Éste ha mandado a uno de los más fuertes.
Se llama Astel y ha venido a convencer a mi hijo para traicionarme.
Gatira se sujetó a la silla
y preguntó.
─ ¿Sabéis
cuál de los siete? ─un suspiro salió de la boca del anciano.
─Sí. El
séptimo, Asino.
─ ¡Eso no es
posible! ─chilló ella.
El anciano se hecho hacia
atrás. La muchacha se arrepintió en seguida de su arrebato.
─Lo siento mi
señor.
─Tu lealtad
hacia mi hijo te honra. Pero es cierto, lo importante no es si nos ha
traicionado, lo que yo quiero de ti es que sigas al demonio y que averigües que
trama.
─ ¿Al
demonio?
─ Sí, Daror,
rey de los infiernos, siempre ha confiado en su propio poder y nunca ha
reparado en el de los demás. Astel es un demonio diferente, noto algo que no
veo en los otros. Deberás vigilarle.
─Pero, mi
señor; ¿cómo le voy a encontrar?
─Te mandaré
una nota con su localización. Seguramente será en otra dimensión. Por supuesto
nadie debe enterarse de esta misión.
Antes de que Gatira
hablase, la campanilla volvió a sonar y aquella mujer volvió a surgir de la
nada con un bastón que la entregó.
─ ¿Sabes
usarlo?
─Sí; ¿pero?,
¿y el capitán?
─No te
preocupes, todo se solucionará.
La llegada del príncipe
hizo que Gatira volviera a la realidad. Asino se había cambiado la ropa y
llevaba puesto una casaca verde y unas mayas blancas. A su lado caminaba un
hombre alto y moreno que vestía una túnica verde ricamente bordada con hilos de
oro. Gatira no tenía que adivinar. El otro era un noble.
─Disculpa la
tardanza, pero me he encontrado por el camino al Conde de Sartas.
Con un gesto de cabeza éste
se presentó.
─Buenos días
señorita. He oído hablar mucho de vuestra persona.
Ella miró recelosa, y
malhumorada contestó.
─Pues yo es
la primera vez que oigo su nombre.
Asino se adelantó.
─Perdónela
conde, pero a ella no le gustan los nobles.
Sonriéndola a la cara, como si no tuviera importancia
dijo.
─Lo entiendo
perfectamente. Algunos señores se creen el ombligo del mundo. ¿Acaso siempre
tienen en mente esa idea estúpida del derecho de nacimiento? Pero siempre hay
una excepción que confirma la regla. Espero de corazón que podamos ser amigos.
Llamadme Vladimir ─y acercándose la besó la mano. Gatira se ruborizó y durante
unos segundos bajó su guardia. Al instante
recobró la compostura.
─Bueno, ya
veremos conde. ¿Sabéis manejar la espada o eso que lleváis en la cintura es
solo un adorno?
Inclinando la cabeza
Vladimir respondió.
─Espero estar a vuestra altura. Tengo
entendido que la segunda al mando de la guardia del señor de Larimar no tiene
rival en el arte de la esgrima.
Desenfundaron las espadas a
la vez y los dos se pusieron uno enfrente del otro. El príncipe dio la señal cortando el viento con el filo de su mano. Los
dos se observaban. Las armas se dieron el primer saludo chocando entre ellas.
Un ruido de metales se oyó en el jardín.
─Sois bueno
conde, pero los pies también cuentan.
Un movimiento rápido de
derecha a izquierda de Gatira balanceando su cuerpo hizo que su oponente
perdiera terreno. Vladimir comenzó a moverse
más rápido acortando la ventaja que tenía ella.
─Fue mi madre
¿sabéis? Me obligó a dar clases de ballet. Quería que fuera una niña.
Vladimir saltó por encima
de ella como si tuviera muelles en los pies poniéndose a su espalda. Pero con
un movimiento rápido, ella bloqueó la estocada de él.
─Ya os veía
venir conde. ¿O debo decir condesa?
Vladimir no se alteró, al
contrario, parecía disfrutar y ella aunque no lo quisiera reconocer empezó a
divertirse. Pero el Príncipe zanjó el duelo.
─Creo que ya
habéis medido vuestras fuerzas y un empate es lo más justo.
Vladimir al instante guardó
su espada y saludó con un gesto a la chica. Ella le imitó.
─Pero creo
que he perdido príncipe.
─ ¿Y eso?
─replicó Gatira.
─Porque no
habéis parado el tiempo, si lo hubierais hecho mi derrota estaba firmada.
─Creía
recordar que era un enfrentamiento para medir las habilidades con la espada.
El príncipe erradicó la
conversación.
─Debemos
irnos Conde Sartas, nos esperan.
─Sí, es
cierto ─afirmó él.
─Espero
volver a veros y repetirlo. Ha sido un verdadero placer.
Ella se acercó y pasando a su lado con cierta coquetería dijo:
─Igualmente
Vladimir. Capitán, os veo después.
Cuando ella dejó de estar
en su campo de visión Asino miró con rabia al otro hombre.
─No os
acerquéis a ella.
El conde sin moverse le contestó.
─Una muchacha
notable y muy bella ─empezó a andar y a unos pasos se detuvo ─. Ah, mi señor
príncipe, recordad quien soy y el pacto que hay, si volvéis a amenazarme de
nuevo olvidaré mis buenos modales.
Asino vio su espalda
alejarse y un sentimiento de odio e indignación recorrió su cuerpo, pero no se
atrevió a replicarle. Él temía casi más a aquel ser que al mismísimo Señor de
los Shinigamis.
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