lunes, 25 de febrero de 2013

JANTARO EN EL MUNDO DE LOS SHINIGAMIS CAPS. 3 y 4

Os presento los capítulos tres y cuatro de “Jantaro en el mundo de los Shinigamis”, en ellos surgen dos personajes de vital importancia para el desenlace de la obra. Vladimir y el Señor de los Shinigamis. Disfrutar de su lectura y recordar que mañana habrá otra entrada de la sección “que miedo”.


LOS CUATRO PODERES DEL UNIVERSO

     ─Toma maestro, tu bastón ─dijo Jantaro mientras el fuego de la hoguera iluminaba sus ojos. 
     ─No. Quédatelo tú.
     ─Pero maestro, eso es imposible. El bastón y tú sois uno solo, no podéis estar separados, si no moriréis.
Se levantó del suelo y fue a dárselo al anciano que puso la palma de la mano enfrente del muchacho parando a éste en seco.
     ─Dentro de dos noches deberás hacer el gran viaje y necesitarás toda la ayuda que puedas.
     ─No creo estar preparado. Yo prefiero vivir como tú.
     ─Sabes, mi imprudente aprendiz, desde que fuiste recogido del viento en el lecho de la montaña has estado conmigo dieciséis años y, una verdad absoluta es que tú no estás hecho para ser monje.
 Jantaro intentó interrumpirle.
     ─Pero.... 
El maestro hizo como si no le oyera y prosiguió hablando.
     ─Eres un inmortal y como tal tienes deberes y obligaciones. El camino hacia la sabiduría, recuerda, está marcado por los cuatros poderes del universo. Yo te he enseñado sólo la energía o Ki del alma. Tú deberás aprender los otros tres. El Ki del cuerpo, la magia que es el Ki de la naturaleza y, el más poderoso, el que sólo los cuatro grandes conocen, el Ki del vacío. Es decir, el crear energía de la nada. Pasado mañana cumplirás lo que está escrito, pero tú deberás forjar el camino que te ha de llevar a tu destino. El bastón te ayudará a viajar a las diferentes realidades guiándote por ellas y mientras estés con él yo permaneceré contigo.
La luna empezó a hacerse visible escapando del manto de las nubes y  una luz débil  mostró la cara de los dos hombres. En el rostro de Jantaro se podían atisbar unas lágrimas.
     ─Yo no estoy preparado, hay cosas que yo no entiendo ─dijo con los ojos llorosos.
     ─ ¿Quiénes son mis padres? ¿Por qué yo? No quiero perderte.
 El anciano volvió su cara hacia el fuego.
     ─Es bueno saber las preguntas porque si no ¿cómo vas hallar las respuestas? Todas ellas, estoy seguro te serán respondidas. Como todo aprendizaje se necesita tiempo e imaginación para crear una idea que esté por encima de las demás. Sólo debes tener fe en ti. Ahora debemos dormir.
Jantaro no pegó ojo aquella noche.
Sus pensamientos y recuerdos se trasladaron a su infancia, cuando se dormía mientras hacía meditación y aquel bastón que ahora era suyo golpeaba su cabeza una y otra vez; al peso de los sacos que durante dos años debía llevar para fortalecerse, fardos que extrañamente cada día pesaban más. Una sonrisa se esbozó en su cara cuando recordó lo idiota que fue. Mientras él dormía,  el anciano, sin que él se diera cuenta, le ponía más arena a las improvisadas pesas. Recordaba, también, como se escapó una noche enfadado porque llevaban cinco días sin comer y el maestro no quiso coger un poco de comida que le dio un aldeano. El chico fue a  casa de éste y se atiborró de pescado. Estuvo dos días vomitando.
“El remordimiento es la conciencia de la vida y nos hace ver la experiencia y por lo tanto recordarla”; le dijo el maestro. Había veces que no entendía cuando el otro hablaba y lo expresaba con indignación, pero al final, tras días de reflexión, conseguía entender el significado de las palabras de aquel místico que era padre y madre para él.
Al día siguiente, una débil lluvia mojaba  la ropa de Jantaro, aunque dentro de su corazón aquellas gotas traspasaban su cuerpo llegando a su alma. Andaban por la ladera de la montaña los dos hombres sin decir  palabra  hasta que de repente el anciano maestro rompió el silencio.
­     ─ ¿Por qué estás triste?
Jantaro rumió su contestación. ¿A qué venía esa pregunta, no era obvio? al fin, con indignación replicó al maestro.
     ─No sé, vais a morir.
     ─Todos morimos, la muerte no es el final es el principio de la vida ─parándose en seco el alumno replicó.
     ─ ¡Pues yo no puedo morir!
La risa del maestro creo un eco en la montaña y, con aire divertido se tapó la boca y contestó.
     ─No recuerdas mi querido niño, que si te corto la cabeza y luego la quemo no verías un nuevo día.
No tenía argumentos, resopló y siguió andando.
A las dos horas llegaron a un valle con grandes árboles y un pequeño río que lo dividía por la mitad. Las flores campaban a sus anchas pues la primavera ya hacía un mes que se había asentado. El anciano se agachó y recolectó algunas plantas que introdujo en su bolsa de tela.
     ─Ve a por leña para hacer un fuego, pasaremos aquí la noche ─ordenó.
Sin replicar recogió algunos maderos del suelo y encendió una fogata. Ya estaban comiendo una sopa con hierbas y fruta cuando el discípulo, asumiendo su destino preguntó.
     ─ ¿Cómo voy a ir a otra dimensión?
Dejando de comer el maestro respondió.
     ─Me alegra que al final aceptes tu destino. Bien, eso está bien. ─el muchacho hizo un gesto de desagrado y el anciano continuó─. Primero debes de concentrar toda la energía del Ki  que tengas en tu alma  y después enviarla al bastón.
     ─ ¿Eso es todo?
     ─Bueno, la teoría es sencilla, pero la práctica es diferente. Existen tantas realidades como posibilidades por lo que solamente con  el verdadero control llegarás a perfeccionarlo.
Divertido replicó.
     ─Vamos, ¿qué no sé dónde voy a ir?
     ─Exactamente.
 El maestro siguió comiendo y Jantaro vio una nube negra en su futuro. Poco a poco cayeron en las redes del sueño.
Antes del amanecer se despertó sobresaltado.
     ─ ¡Shh! No hagas ruido ─dijo entre susurros el maestro.
Se levantó y vio una sombra moverse hacia ellos, en ese mismo instante  algo con filo intentó cortarle, se agachó instintivamente y pudo ver una figura que se balanceaba en el aire. Tenía un fuerte olor a carne quemada. El maestro giró su cuerpo y lanzándole una patada la sombra salto hacia atrás. El sol comenzaba a salir  con los primeros rayos y el chico se quedó petrificado al ver un ser demoníaco, totalmente negro, completamente maligno. Marcas tribales llenaban su cara y en la mano llevaba una gran guadaña. La movía de Este a Oeste, su arma parecía tener vida.
     ─ ¡Coge el bastón y vete! ─chilló el maestro.
Jantaro intentó concentrarse con él en la mano, pero no pudo. A su lado el anciano esquivaba al ser mientras luchaba con las palmas de la mano emitiendo energía. La lucha era encarnizada. Movimientos como un molino que estallaban en llamas azules se acercaban peligrosamente al maestro. Éste se quedó parado y unas llamaradas blancas emergieron de su cuerpo. El encontronazo de las dos naturalezas, una del bien y otra del mal, explotó cegando a Jantaro. Cuando pudo volver a ver, vio la cabeza del demonio ardiendo en el suelo. 
     ─ ¡Maestro, Maestro!
Estaba tumbado con quemaduras en casi toda la totalidad de su cuerpo.
El joven corrió hacia él sujetándole, pero no pudo hacer nada. Estaba muerto.
Un grito desgarró el amanecer.
 Al atardecer ya había cavado la tumba y el cuerpo reposaba en su interior.
     ─Te juro Maestro que no te olvidaré y seguiré mi camino hasta que nos reunamos otra vez ─dijo en voz alta.
Las lágrimas no le dejaban ver, aun así rellenó de tierra el hoyo. Miró el bastón y se concentró. Pensó en su amado maestro y un aire verdusco impregnó todo, formando una cúpula a su alrededor. A los cinco segundos en el valle sólo quedaba una tumba sin nombre.       


LA ESPADA

Un trono de oro y zafiros con dos alas de plata presidía el Salón. Las paredes dibujadas con escenas de almas viajando al mundo de los muertos en fila eran recibidas por un ser alado sin ningún parecido con un ser humano. Un tono de piel  grisáceo como un elefante, ojos amarillos como el ámbar y una larga cabellera negra le daban un aspecto escalofriante. Las múltiples imágenes de aquellos seres estaban repartidas por la estancia y mientras el príncipe Asino andaba sobre el mármol negro que cubría el suelo pensaba si no estaba cometiendo un error. Al llegar al trono dos antorchas se encendieron unísonas y de las sombras surgió un ser de la misma condición que las pinturas. Asino no solía asustarse por nada, aunque aquello le perturbó. Media más de dos metros y en su cabeza ya no había piel, sólo hueso y una corona de piedras rojas. Vestía una túnica negra totalmente roída y sus pies desnudos eran una mezcla de pezuñas y dedos que se intercalaban entre sí.  A su derecha, surgió sin que el príncipe notase su presencia otro ser igual, aunque mucho más bajo. Éste portaba una espada de un metal negro con una empuñadura blanca del mismo color que el hueso. Se arrodilló y  le ofreció el arma a su amo. Asino hizo ademán de sacar su espada  cuando vio como el Señor de los Shinigamis la blandía.
     ─Yo que tú no lo haría.
Una voz cavernosa salió como un susurro y se  expandió por toda la sala.
     ─Es la espada forjada por un millón de almas y creada por los mejores herreros del inframundo. Su nombre grabado en sangre  es Ilander. No creo que esa ridiculez que lleváis al cinto pueda hacer algo contra ella.
Asino la miró fascinado. Luego, más tranquilo, se arrodilló y preguntó.
     ─Señor de los Shinigamis, los portadores de almas, ¿Por qué  me habéis llamado?
     ─Sois muy divertido y a la vez tenéis valor. Es irónico que vos mismo os pusierais en contacto con mis espías en la capital de vuestro reino. En vuestro mensaje dabais  a entender las circunstancias adversas a la sucesión de la regencia que actualmente desempeña vuestro padre. ¿Qué debo yo, dios de la muerte temer?
El sudor corría por la espalda del príncipe. Ahora debo medir mis palabras, este asqueroso monstruo no dudará en cortarme la cabeza, pensó. 
       ─Mi señor, como su excelencia sabe, vuestro voto es  el definitivo. El Señor del Inframundo votará por él, el Señor de los cuatro elementos se elegirá a  sí mismo. Mi padre no es el mismo desde hace tiempo. Creo que está siendo controlado por los poderes oscuros del infierno. No sale de su habitación y los pocos que le han visto hablan de un cambio absoluto en su personalidad. Se decantará por su nuevo amo y yo me pregunto. ¿Qué hará su señoría?
El shinigami dejó la espada en el trono. Acercándose al humano su cara esquelética cambió.
     ─Yo soy neutral, las almas deben pasar por mí ya sean buenas o malas. Mi voto, si queréis  saberlo,  será el mismo que el de la última reunión.
Asino notó el olor a muerte, cuando éste se acercó y una arcada de repugnancia le invadió  todo el cuerpo. Ser decrepito y nauseabundo, se dijo para sí.
     ─Mi dios. Si el mal consigue  gobernarnos a todos acabará con toda la vida, sin almas no tendréis ya trabajo y os pudriréis.
El shinigami ladeó el  brazo  hacia un lado y una mano esquelética golpeó al príncipe en la cara lanzándole al suelo.
     ─Si aprecias tu vida no vuelvas nunca más a hablarme así.
Asino postrado en el suelo hizo ademán de levantarse para arremeter contra aquel ser, pero el shinigami le hizo detenerse cuando éste,  dándose la vuelta sin mirarle, con desprecio preguntó.
     ─ Si me habéis venido a ver es que queréis matar a vuestro padre y remplazarlo, ¿verdad?
Asino, con la cara cubierta de sangre pensó. Bien, ya lo has entendido basura y volviendo a donde estaba antes le dijo.
     ─No se puede contrarrestar el poder del dios del infierno sino es matándolo. Yo no tengo la fuerza necesaria y creo que vos tampoco, pero sí que tenéis el poder de derrotar al Señor de Larimar.
El Dios de la Muerte hizo una mueca que parecía con mucha imaginación una sonrisa. Cogió la espada y la tiró al suelo.
     ─Con esto morirá. Debéis cortarle la cabeza.
Asino la recogió y mirando a aquel ser pensó.  Tú serás el próximo, rata de huesos.
Cuando el príncipe salió del palacio, el shinigami anterior volvió a surgir de la nada
     ─Mi Maestro, el muchacho ha llegado a nuestra dimensión. 
     ─Bien, que se encuentre con él Alasthor y su hija.
Turbado, el siervo respondió.
     ─Pero ella es medio humana y es la nieta de Jawet.
     ─Por eso, el chico se identificará mejor con alguien que es casi de su especie y, de ese viejo ya me encargaré más tarde. Ahora; parte.

……………
    
      ─Os he estado buscando, capitán.
Asino se dio la vuelta encontrándose de frente con Gatira. Estaba muy guapa, se había recogido el pelo haciéndose una trenza  y su rostro despejado mostraba todos sus encantos de mujer. Qué pena que no tenga sangre de dioses, aunque sea inmortal. Bueno, cuando tenga el poder cambiaré las reglas, pensó. 
     ─Tenía cosas que hacer ─respondió a la muchacha  mientras tocaba la espada oculta tras su abrigo que el Señor de los Shinigamis le había dado.
     ─Nuestro entrenamiento. Os lo habéis saltado­­ ─confirmó indignada.
Él se acercó y con un gesto acarició la cara de ella.
     ─Dame diez minutos para cambiarme y perdona a este olvidadizo capitán.
Su cuerpo se estremeció al notar el tacto de él y con la cara toda roja sólo pudo mover ligeramente el cuello asintiendo.  
Ella le vio marcharse hacia su castillo. No podía creer la conversación que había tenido con el Señor de Larimar hacía solo una hora.
Su amo la había hecho llamar. Un hombre vestido de negro se identificó como uno de los consejeros reales. Ella le reconoció de alguna vez que le había visto en el palacio de su señor. Cogió una pequeña carta y leyó:

“Mi querida Gatira sería un honor para mí que pudieras encontrarte conmigo en mis habitaciones para tomar una infusión, pues debo discutir contigo ciertos temas y debo encomendarte una misión.
Señor de Larimar”

Al lado estaba el sello real que era una piedra azul. Ella siempre
había admirado el trato casi familiar que le otorgaba. Por eso
odiaba a aquellos pomposos nobles, siempre la miraban por
encima del hombro. Ella recogió su espada y siguió al mensajero
hasta donde se iba a celebrar la entrevista. Un santuario de ocho
pisos se alzaba ante ella. Una edificación gloriosa que era la
envidia de otras ciudades y el orgullo de la capital. Cuando entró,
dos soldados imperiales guardaban sus puertas vestidos de verde
y azul. No hicieron ningún gesto cuando ellos pasaron a su lado.
El suelo de mármol reflejaba el techo de lámparas de plata y las
paredes estaban decoradas con ribetes de oro. Las habitaciones
del Señor estaban en el último piso, no se cansaba de ver las
diferentes salas mientras subían una escalera hecha de oro blanco.
Su habitación preferida era la de los mil espejos. Se decía que fue
construida por un matemático de otra realidad que reprodujo con
ellos la sensación del espacio infinito. Ella sólo sabía que entrar
era perderse en una marea de sensaciones que hacía levitar su
alma. Una sala azul de piedra estaba delante de ella. Otros dos
guardianes custodiaban la última puerta.
     ─Yo no puedo seguiros más  ­─y despidiéndose el consejero real se dirigió hacia la escalera. Ella respiró profundamente y se dirigió con paso calmado hacia la última sala. Cuando entró se sorprendió al ver el contraste con el resto del santuario. Era de una sencillez abrumadora.
Un pequeño armario de madera con los pomos de un color anaranjado, las paredes blancas y  una cama sencilla sin ornamentos. Nunca antes había estado en esa  habitación. De una pared se abrió una puerta falsa y un anciano de largas barbas surgió de ella. Llevaba  una túnica azul adornada con cientos de ojos. La chica se arrodilló rápidamente al suelo cuando le vio.
     ─Levanta mí querida niña  ─y movió su mano en un gesto hacia arriba. Ella lentamente se alzó y pudo ver sus rasgos más claramente: unos ojos negros pequeños y una sonrisa que despertaba tranquilidad. 
     ─Te prometí una infusión.
Cogió de la mesa una campanilla y una mujer mayor surgió como de la nada.
     ─Tráenos dos.... ─El anciano se quedó pensativo­─. ¿Qué quieres querida?
     ─Lo que a su señoría le apetezca­.
 Acariciándose la barba miró a la criada.
     ─No sé, dejemos que Haita nos sorprenda. Ella es una maestra. ¿Te parece bien?
     ─Sí, claro ─respondió acomplejada.
     ─Siéntate, tenemos que hablar.
Gatira buscó sorprendida por la habitación, en ella no había ninguna silla.
     ─ Claro, perdona.
Viéndola extrañada, movió el brazo de derecha a izquierda y surgieron de la nada dos sillas de madera. El Señor de Larimar se sentó y ella le imitó. En ese instante Haita traía una tetera con dos tazas de porcelana. Miró al anciano.
          ─Hoy estoy en otro mundo ─ dijo él.
Imitando el movimiento anterior surgió una mesa de café. La criada sirvió la infusión y salió discretamente por algún sitio que Gatira no llegó a imaginar. El Señor se llevó la taza a la boca y paladeó su contenido.
     ─Delicioso, no me preguntes que lleva porque ni yo lo sé.
Ella lo probó y le pareció que sabía a cerezas, pero cuando iba a tragarlo se transformó en gajos de mandarina. Dio otro sorbo y esta vez le recordó al plátano.
     ─Maravilloso ─dijo ella sorprendida.
     ─ ¿Qué sabes mi querida niña, del Inframundo?
La pregunta cogió por sorpresa a Gatira.
     ─Sé que lo gobierna un inmortal que es miembro del consejo.
     ─ ¿Y nada más? ─replicó el anciano.
     ─Y que está repleto de demonios. Son muy poderosos pero nunca he visto ninguno.
Él la miró a los ojos y supo que ella decía la verdad.
     ─Veo que no mientes; está bien. En el inframundo hay muchas clases de demonios y algunos son incluso inmortales como su líder. Éste ha mandado a uno de los más fuertes. Se llama Astel y ha venido a convencer a mi hijo para traicionarme.
Gatira se sujetó a la silla y preguntó.
     ─ ¿Sabéis cuál de los siete? ─un suspiro salió de la boca del anciano.
     ─Sí. El séptimo, Asino.
     ─ ¡Eso no es posible! ─chilló ella.
El anciano se hecho hacia atrás. La muchacha se arrepintió en seguida de su arrebato.
     ─Lo siento mi señor.
     ─Tu lealtad hacia mi hijo te honra. Pero es cierto, lo importante no es si nos ha traicionado, lo que yo quiero de ti es que sigas al demonio y que averigües que trama. 
     ─ ¿Al demonio?
     ─ Sí, Daror, rey de los infiernos, siempre ha confiado en su propio poder y nunca ha reparado en el de los demás. Astel es un demonio diferente, noto algo que no veo en los otros. Deberás vigilarle.
     ─Pero, mi señor; ¿cómo le voy a encontrar?
     ─Te mandaré una nota con su localización. Seguramente será en otra dimensión. Por supuesto nadie debe enterarse de esta misión.
Antes de que Gatira hablase, la campanilla volvió a sonar y aquella mujer volvió a surgir de la nada con un bastón que la entregó. 
     ─ ¿Sabes usarlo?
     ─Sí; ¿pero?, ¿y el capitán?
     ─No te preocupes, todo se solucionará.          

La llegada del príncipe hizo que Gatira volviera a la realidad. Asino se había cambiado la ropa y llevaba puesto una casaca verde y unas mayas blancas. A su lado caminaba un hombre alto y moreno que vestía una túnica verde ricamente bordada con hilos de oro. Gatira no tenía que adivinar. El otro era un noble.
     ─Disculpa la tardanza, pero me he encontrado por el camino al Conde de Sartas.
Con un gesto de cabeza éste se presentó.
     ─Buenos días señorita. He oído hablar mucho de vuestra persona.
Ella miró recelosa, y malhumorada contestó.
     ─Pues yo es la primera vez que oigo su nombre.
Asino se adelantó.
     ─Perdónela conde, pero a ella no le gustan los nobles­.
Sonriéndola a la cara, como si no tuviera importancia dijo.
     ─Lo entiendo perfectamente. Algunos señores se creen el ombligo del mundo. ¿Acaso siempre tienen en mente esa idea estúpida del derecho de nacimiento? Pero siempre hay una excepción que confirma la regla. Espero de corazón que podamos ser amigos. Llamadme Vladimir ─y acercándose la besó la mano. Gatira se ruborizó y durante unos segundos bajó su guardia.  Al instante recobró la compostura.
     ─Bueno, ya veremos conde. ¿Sabéis manejar la espada o eso que lleváis en la cintura es solo un adorno?
Inclinando la cabeza Vladimir  respondió.
     ─Espero estar a vuestra altura. Tengo entendido que la segunda al mando de la guardia del señor de Larimar no tiene rival en el arte de la esgrima.
Desenfundaron las espadas a la vez y los dos se pusieron uno enfrente del otro. El príncipe dio la señal  cortando el viento con el filo de su mano. Los dos se observaban. Las armas se dieron el primer saludo chocando entre ellas. Un ruido de metales se oyó en el jardín.
     ─Sois bueno conde, pero los pies también cuentan.
Un movimiento rápido de derecha a izquierda de Gatira balanceando su cuerpo hizo que su oponente perdiera terreno. Vladimir comenzó a moverse más rápido acortando la ventaja que tenía  ella.
     ─Fue mi madre ¿sabéis? Me obligó a dar clases de ballet. Quería que fuera una niña.
Vladimir saltó por encima de ella como si tuviera muelles en los pies poniéndose a su espalda. Pero con un movimiento rápido, ella bloqueó la estocada de él.
     ─Ya os veía venir conde. ¿O debo decir condesa?
Vladimir no se alteró, al contrario, parecía disfrutar y ella aunque no lo quisiera reconocer empezó a divertirse. Pero el Príncipe zanjó el duelo.
     ─Creo que ya habéis medido vuestras fuerzas y un empate es lo más justo.
Vladimir al instante guardó su espada y saludó con un gesto a la chica. Ella le imitó.
     ─Pero creo que he perdido príncipe.
     ─ ¿Y eso? ─replicó Gatira.
     ─Porque no habéis parado el tiempo, si lo hubierais hecho mi derrota estaba firmada.
     ─Creía recordar que era un enfrentamiento para medir las habilidades con la espada.
El príncipe erradicó la conversación.
     ─Debemos irnos Conde Sartas, nos esperan.
     ─Sí, es cierto ─afirmó él.
     ─Espero volver a veros y repetirlo. Ha sido un verdadero placer.
Ella se acercó y pasando a su lado  con cierta coquetería dijo:
     ─Igualmente Vladimir. Capitán, os veo después.
Cuando ella dejó de estar en su campo de visión Asino miró con rabia al otro hombre.
     ─No os acerquéis a ella.
El conde sin moverse le contestó. 
     ─Una muchacha notable y muy bella ─empezó a andar y a unos pasos se detuvo­ ─. Ah, mi señor príncipe, recordad quien soy y el pacto que hay, si volvéis a amenazarme de nuevo olvidaré mis buenos modales.
Asino vio su espalda alejarse y un sentimiento de odio e indignación recorrió su cuerpo, pero no se atrevió a replicarle. Él temía casi más a aquel ser que al mismísimo Señor de los Shinigamis.







No hay comentarios:

Publicar un comentario