jueves, 21 de febrero de 2013

Jantaro en el mundo de los shinigamis



Os invito a participar conmigo en la visión creada a partir de mi perturbada imaginación. Espero con esperanza que conectéis con los personajes. Riáis, améis, lloréis y luchéis junto a ellos. Tened muy presente que el destino es conducido por cualquier persona que se atreva a soñarlo, y plasmarlo en un papel.
Empezad, ya sin demora, a disfrutar de los dos primeros capítulos de esta novela.
JANTARO
EN EL MUNDO DE LOS SHINIGAMIS
reg.16 / 2012 / 2436

LA SUERTE VIENE Y VA

En el reino de Partal dos figuras cubiertas de nieve destacaban imponentes sobre el risco de la montaña. La más grande; la del maestro de los sabios. Un monje consagrado al conocimiento. Sus únicas pertenencias eran una tela blanca que le cubría el cuerpo, su bastón que le ayudaba a caminar y defenderse y una bolsa descolorida donde guardaba sus hierbas medicinales. A su derecha, su acólito, un muchacho delgado de dieciséis años vestido de la misma manera que el sabio, tiritaba de frío.
─ Maaestro Kyon vaamos aa eestar muucho tiiempo más aquíí
meeditando. No sientoo laas piernas. Ya van ciiinco díaaas ─dijo castañeando los dientes.
El hombre no dijo nada, ni un ápice de su cuerpo se movió.
    ─Maaestro vooy aa moorir aaaquíi no puedoo resisstir eel  fríoo.
Miró con cara de súplica, aunque no recibió contestación.
Se levantó deshaciendo la posición del loto, no sin un gran esfuerzo y sus piernas delgaduchas intentaron en vano sostenerle. La visión de la montaña desde aquella altura era perturbadora, un manto blanco cubría toda la superficie, aunque a lo lejos, al final de la ladera se divisaba un pequeño pueblo. Cogiendo fuerzas desde el Ki de su alma como había aprendido, consiguió al fin incorporarse. Pero cuando comenzó a dar sus primeros pasos se resbaló y empezó a rodar montaña abajo. La gran pendiente formó con su cuerpo una gran bola de nieve que se precipitó a toda velocidad.
     ─ ¡AAHHHHHH MAESTROOOOO! ­─chilló desesperado, mientras daba vueltas y más vueltas. Dos kilómetros más abajo se detuvo.
─ ¿Estáis bien?, ¡joven! ¡Respondedme! ­­­─gritó un hombre.
El sitio olía a madera quemada y un calor gratificante le confortaba todo su ser. Sus ojos empezaron a entrever donde se encontraba. Estaba tumbado en el suelo y junto a él una mujer desnuda le daba calor con su cuerpo. Bueno, esto es interesante, pensó, aunque no hizo ningún ademán de moverse. No entendía esa actitud mojigata que tenía su maestro sobre el sexo opuesto. Él, al contrario sentía mucha curiosidad y alguna vez se había escapado con alguna jovencita de algún pueblo por donde pasaban  mientras el sabio estaba orando. Reflexionó y recordó como había rodado ladera abajo y que una voz de un hombre le decía algo.
Rápidamente volvió a mirar y un suspiro de alivio salió de su boca. Con cuidado destapó la manta y se cercioró de que era una mujer lo que estaba a su lado. Tenía grandes senos, un poco caídos, pues debería de tener unos cuarenta años y un culo voluminoso. La cara estaba de lado y no llegaba a percibirla.
La cabaña no era muy grande, con una mesa y unas lámparas de aceite que colgaban del techo. Al fondo había una habitación más pequeña. La puerta se abrió y una corriente de aire le hizo darse la vuelta.
     ─Veo que estás mejor, monje.
Un abuelo de unos sesenta años le sonrió con una boca desdentada. Su traje era rojo y azul típico de los lugareños del lugar.
     ─Sí, gracias señor, me ha salvado usted la vida ─ respondió rápidamente.
     ─Me llamo Falt y esa que está tumbada a tu lado es mi mujer, Melta.
     ─ ¿Su mujer? ─miró sorprendido.
     ─Hola.
No pudo decir más, el monje pegó un salto cuando vio una cara llena de arrugas y una boca negra donde bailaban dos o tres dientes. Los dos aldeanos comenzaron a reír. Mientras él, desnudo en la habitación se tocaba el cuerpo compulsivamente.
     ─No deberías levantaros así de golpe; tenéis muchos cortes en la piel ─dijo divertido.
Pero de repente, su cara cambió radicalmente cuando notó algo muy extraño y vio que el cuerpo del muchacho estaba intacto.
     ─ ¿Cómo es posible? ─susurró.
     ─Me llamo Jantaro y soy un monje. No os asustéis, esto es producto de la meditación ─dijo inseguro, pues no podía decirle a nadie lo que él era exactamente. Cuando Falt le oyó se relajó un poco, aunque aún sorprendido por la curación milagrosa de aquel chico. Él, ya había escuchado rumores
sobre aquellos extraños ascetas que vivían en las montañas. Melta se levantó y se puso una sencilla blusa. Se dirigió a la otra habitación y cuando volvió le  traía unos pantalones rojos y un jersey azul igual que los del abuelo.
Jantaro hizo un gesto agradeciéndolo y le dio temor preguntar por sus propias ropas. Seguramente se debieron romper en su caída. Así que sólo se limitó a ponérselas.
     ─ ¿Los monjes podéis beber? ­─preguntó Falt con una sonrisa
     ─Yo sí ─ indicó devolviéndosela.
Anciano y joven salieron de la casa. Todo estaba lleno de viviendas pequeñas como la de Falt y supo al instante que estaba en el pueblo que se observaba desde la montaña.
     ─ ¿Qué hacías ahí arriba?­
 La pregunta cogió por sorpresa a Jantaro mirando a la gente que andaba por la calle. Se encogió de hombros y le informó de cómo su maestro meditaba cuando él perdió su conexión después de cinco días y como cayó de la montaña.
     ─ ¿Y no estará él preocupado por ti? ─dijo sorprendido.
     ─No, no creo que se haya dado cuenta. El ritual de purificación tarda siete días. Por ahora estoy a salvo. Mañana subiré otra vez y me pondré donde estaba. Ya lo he hecho otras veces ─y sonriendo dio una patada a una piedra. 
El bullicio se oía desde fuera y cuando traspasaron la fea puerta de madera Jantaro supo que se encontraba en una taberna. Una barra, algo destartalada, estaba servida por un hombre con un mandil sucio. Tres clientes sentados con la cara tapada bebían algo negro que no era zumo de moras.
     ─Vamos a tomar algo; invito yo ─le empujó el anciano.
Jantaro era un monje diferente, aunque aquel sitio era demasiado siniestro para él. Así que no con cierto temor se acercó a Falt en busca de protección.
    ─ ¡Dos bombas negras! ─chilló Falt.
El camarero no hizo ninguna señal de haber escuchado, pero a los cinco minutos puso dos vasos iguales a lo que estaban bebiendo los otros clientes.
      ─ ¿Qué es esto oscuro? ­─preguntó con temor.
      ─ ¿Vamos chiquitín, tienes miedo? ­Esto hace que seas un hombre.
Jantaro observó a Falt bebérselo de un trago, así que con aprensión, se lo llevó a la boca y mojándose los labios, lo tragó. Unas arcadas llamadas por el sabor amargo y fuerte traspasaron su cuerpo. La tos empezó a llamar la atención de la gente de local que se rió a carcajadas. Hasta el posadero que no había movido un ápice su malhumorada cara vislumbró durante unos segundos una pequeña risa burlona.
      ─ ¿Qué, Falt? ¿Tú amigo no es de por aquí, verdad? ─dijo un hombre con nariz de cuervo que estaba a unos pocos metros de ellos.
      ─Es un pariente de mi mujer que ha venido a pasar unos días con nosotros. Es de ciudad­ ─le respondió despreocupado.
Jantaro, ya un poco recuperado creía que iba a vomitar hasta el alma. Escuchó la respuesta del anciano, consciente, de que por algo, no había dicho la verdad.
     ─Ven, vamos por aquí­.
Falt le cogió del brazo y lo llevó hasta una puerta negra que Jantaro no había visto al entrar.
Ésta, sin tocarla se abrió y vio en su interior diez personas que estaban sentadas en el suelo. Uno de ellos llevaba un pañuelo rojo en la frente y tenía en las manos un cubilete con dados. Nadie se percató de la presencia de los dos, todos estaban pendientes del juego.
      ─Bueno chico demuéstrame que eres un monje de verdad­ ─le susurró a la oreja.
     ─ ¿Cómo? No te entiendo ─dijo Jantaro echando su cuerpo hacia atrás.
     ─ Vamos, he visto lo de tus heridas, seguro que tienes más poderes ─su cara reflejaba cierta avaricia─. ¿Este juego lo conoces?
     ─No­ ─dijo con cierto temor
Mirándole a los ojos le explicó:
     ─Se llama el velo de la noche. Como puedes ver, el hombre  del pañuelo echa los dados dentro del cubilete, luego los demás apuestan que número ha salido y el que acierta se lleva el dinero de encima de la mesa. La suma total es de doce. ¿Entiendes?
El chico sonrió y le preguntó.
     ─ ¿Y si nadie acierta el número? 
     ─Bueno, si no lo acierta nadie el que se halla acercado más es el ganador, pero dependiendo de cuanto más lejos esté, se llevará un tanto por ciento. El resto es para la casa.
 Jantaro sabía que no podía negarse a ayudarle.
     ─Bueno, con una condición­.
     ─ ¿Cuál? ─dijo Falt con escepticismo.
     ─No volverás a invitarme a esa asquerosa bebida de antes.
Falt le abrazó con cariño.
     ─Hecho­
Los dos se sentaron haciéndose un hueco. Algunos de los presentes movieron la cabeza hacia el anciano y él respondió de la misma forma.
    ─Jueguen ­─dijo el hombre del pañuelo en la frente.
    ─Seis.
    ─Siete.
    ─Tres.
Mientras los hombres apostaban éste anotaba a los jugadores y el número que habían dicho. Ya se acercaban al abuelo que había puesto como todos, una tablilla de madera encima de la mesa. Jantaro se concentró en la boca de su estómago para mandar el Ki a sus ojos, que cambiando un instante de color, vieron unos segundos el futuro. Acercándose con cuidado a su amigo le dijo el número.
 ─Once.
El hombre del pañuelo rojo levantó el cubilete, Falt empezó a reírse y recogió los beneficios de encima de la mesa. Siguieron el mismo ritual durante dos partidas más hasta que Falt se dio cuenta de  las caras de desagrado y las miradas asesinas de los que estaban allí. Así que inteligentemente cuando Jantaro le dijo cinco, él perdió apostando por el doce. El chico miró sorprendido al viejo, pero no dijo nada. Las caras se relajaron y la gente jugó otra ronda donde el anciano perdió de nuevo.
    ─Se te acabó la racha abuelo ─dijo un hombre joven con sombrero que estaba enfrente.
    ─Ay hijo mío, la suerte viene y va ─y con cierta modestia como si no fuera la cosa con él, escuchó el número que le dio el monje­─. Tres  ─dijo sin mucha convicción.
Por supuesto, era lo que los dados marcaban.
     ─Ya te lo dije, la suerte viene y va ─dijo mirando al incrédulo sujeto que antes había hablado con él.
El abuelo alzó una mano y aparecieron dos chicas jóvenes. Debían de tener 18 años. Una rubia con los ojos castaños, seguramente con el pelo tintado, pero no obstante muy guapa y la otra morena, menos agraciada, aunque con grandes pechos. Se acercaron a ellos.
     ─ ¿Esto no romperá tu concentración, verdad? ─le dijo a Jantaro al oído.
     ─No abuelo, el maestro me enseñó a no desconcentrarme bajo ningún concepto. Estoy preparado ─pero no estuvo tan seguro cuando  la morena empezó a restregarle el pecho por su espalda. De todas formas cerró su mente y volvió a ver el número. Las fichas de madera habían formado tres montones al lado de ellos. Aunque la habitación estaba llena de gente, Jantaro sintió la energía vital de su maestro. Miró de un lado a otro buscándole. Una voz hizo que las demás se callaran.
     ─ ¿No crees qué has tardado mucho en notar mi presencia?  Seguramente la mujer de tu espalda haya perturbado tu quietud interior. Mi vergonzoso discípulo.
Todas las miradas fueron para un anciano con la cabeza rapada y una faz tranquila que miraba sin rencor al otro lado de la sala.
     ─Maestro, no han pasado siete días. ¿Habéis interrumpido vuestra meditación? ─dijo Jantaro con miedo.
     ─No. Parece que has contado mal y esta vez te he pillado con todas las de la ley­.
 El muchacho se dirigió hacia el abuelo.
    ─Falt; ¿cuánto tiempo estuve en tu casa?
 Éste, viendo el peligro de aquello, contestó rápidamente.
    ─Una día entero, joven.
Jantaro hizo una mueca de dolor y volvió su cara a la del monje.
     ─Perdón maestro.
El anciano le lanzó su bastón y con un gesto le volvió la espalda.
     ─Yo si te perdono, pero estos caballeros no sé qué harán cuando sepan que has estado utilizando tu mente para adivinar siempre el número. Te espero fuera.

Con un andar casi imperceptible salió de la habitación. Todos  los jugadores y los organizadores del juego se levantaron al unísono con caras de muy pocos amigos.
     ─Parece que nos han pillado mi joven amigo, ¿Sabes pelear?
Falt sacó un pequeño cuchillo escondido en un forro interior de su jersey, pero Jantaro lo cogió del brazo, he hizo un gesto negativo.
     ─Yo me encargo.
 De repente el palo del joven monje empezó a girar de izquierda a derecha, retrasando a sus oponentes y con un salto hacia atrás se colocó en una posición más ventajosa donde pudiera defenderse mejor. Un hombre con una barba negra y pelo largo se acercaba a él con el puño cerrado, pero Jantaro reaccionó y  le dio con precisión  un golpe en la cabeza. Se abrió de piernas cuando un cuchillo pasó rozando su cara y en el suelo movió su cuerpo acertando a tres en las rodillas haciéndolos perder el equilibrio. Rápidamente, se levantó con un giro y dando una pirueta en el aire dejó sin conocimiento a otros dos.
El Bastón era una extensión de su cuerpo y a los cinco minutos en la sala sólo quedaban de pie: él, el anciano y las dos chicas. Dándose la vuelta hacia Falt le dijo.
     ─Sí, se pelear.
El anciano se rió y los dos salieron por la puerta sin que los que al otro lado quedaban se atrevieran ni a toserles.
Jantaro miró al suelo cuando se percató que afuera estaba su maestro. El sabio, sin prisa puso su mano en el rostro del discípulo y le dio unos toquecitos. Su cara era afable y sin malicia. Habló con Falt.
     ─No nos han presentado, soy Kyon, un placer conocerle.
Falt, desorientado y sabiendo que se encontraba ante un hombre santo y poderoso sólo pudo hacer un leve gesto de asentimiento.
   ─Se llama Falt y es el abuelo que me recogió en la nieve ─dijo Jantaro viendo su reacción.
El monje hizo un movimiento sutil con su cuerpo.
     ─Vamos Jantaro, debemos llegar en dos días ─y salió andando calle arriba.
El muchacho se despidió con la mano mientras seguía al sabio. Falt sólo pudo moverse unos minutos después. Aquel hombre santo sí que imponía, pensó.



SERÁ ALGO IRREPETIBLE

Un ajetreo inusual de gente corriendo por las calles se estaba dando en el reino del Señor de Larimar. Carros tirados por bueyes sagrados de cornamenta dorada eran llevados por lo siervos. Cargaban desde comida hasta flores bendecidas para la oración. La Avenida Mayor era un hervidero de ruidos, animales y gente. El gran señor, el inmortal regente del consejo, había dado orden de preparar los palacios porque en seis meses comenzaría la reunión. 
De repente, un caballo que llevaba a un noble se encabritó al pasar cerca de un carromato. El jinete cayó al suelo y el animal desbocado asustó a los otros animales produciendo un caos. Desde una ventana una muchacha de pelo rubio largo hasta la cintura y ojos azules observó la situación. Vestía un traje verde ajustado y una capa azul con el símbolo de su señor, una piedra de Larimar. Saltó del edificio donde se encontraba a más de seis pisos del suelo y sin un rasguño sacó su espada. Ya en el suelo murmuró unas palabras y el tiempo se ralentizó. Ella, con aire altanero se acercó al animal y tocándole el lomo lo calmó. Cinco segundos después todo había vuelto a la normalidad y éste lamía la cara de la chica.
     ─Vale, vale, no seas pesado ─dijo ella limpiándose la mejilla con una manga.
Una voz  que procedía de un hombre que se acercaba corriendo la increpó.
     ─Sólo eres un simple soldado, ¿qué hacen tus asquerosas manos tocando a mi animal?
Con un gesto de asco golpeó la mano de la joven y cogió la brida. Ella ya estaba sacando su espada para cercenar la cabeza de aquel asqueroso noble, cuando alguien agarró su brazo en el mismo momento en que la estaba desenfundando.
     ─Gatira, tranquila ─le dijo una voz de hombre al oído.
     ─ ¿Barón, no cree que ha sido un poco irrespetuoso con la dama? ─éste, que ya iba a insultar y castigar al idiota que se había atrevido a hablarle, tuvo
que detenerse de improviso al observar a un chico moreno y bien parecido. Al instante, le reconoció y se arrodilló en el suelo ensuciándose en un charco de barro.
     ─Discúlpeme mi príncipe.
El miedo le hacía no levantar la mirada del suelo.
     ─A mí no Barón, a la chica ─dijo divertido.
Tirado en la calle y mirándola con odio por ser humillado públicamente, se disculpó.
     ─Siento haberos molestado mi señora.
El príncipe levantó la mano y el noble todo sucio se incorporó, hizo un gesto de despedida y se marchó murmurando indignado.
     ─ ¿Por qué me ha detenido? ─dijo ella echándose el pelo hacia atrás.
     ─Bueno, no está bien que vayas decapitando a la gente Gatira, aunque ese soberbio seguramente se lo mereciese.
Ella le miró a los ojos y sonrió. Estaba prendada de él. Aunque ella fuera la segunda al mando de la guardia personal del Señor de Larimar nunca podría estar  a la altura de su séptimo hijo y capitán de su guardia. Era el único hombre junto con su padre, al que respetaba. Los demás para ella eran sólo basura.
Tocó el brazo de la chica.
     ─ ¿No crees que esto sea algo irrepetible? ─hablaba el capitán mientras andaba
     ─ ¿El qué? ─respondió ella mientras le seguía.
       La reunión, la última fue hace diez mil años, pocos son los que la recuerdan.
Ella sabía que la seguridad de su señor era lo principal y con un gesto de disgusto le respondió.
     ─Se han hecho todos los preparativos para que tu padre esté seguro.
Él se paró en seco mirando al cielo.
     ─Sé que todo está dispuesto, pero la reunión es para elegir al nuevo regente. Si se equivocan en su decisión todos estaremos en peligro.
Gatira respondió sin dudas.
     ─Yo confió enteramente en el Señor de Larimar, príncipe Asino. 
     ─Sí, yo también ─asintió─. Sabiendo que había utilizado su título como hijo del Señor de Larimar.

(CONTINUARÁ)
 


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