Os
invito a participar conmigo en la visión creada a partir de mi perturbada
imaginación. Espero con esperanza que conectéis con los personajes. Riáis,
améis, lloréis y luchéis junto a ellos. Tened muy presente que el destino es
conducido por cualquier persona que se atreva a soñarlo, y plasmarlo en un
papel.
Empezad, ya sin demora, a
disfrutar de los dos primeros capítulos de esta novela.
JANTARO
EN EL MUNDO DE LOS SHINIGAMIS
reg.16 / 2012 / 2436
LA
SUERTE VIENE Y VA
En el reino de Partal dos
figuras cubiertas de nieve destacaban imponentes sobre el risco de la montaña.
La más grande; la del maestro de los sabios. Un monje consagrado al
conocimiento. Sus únicas pertenencias eran una tela blanca que le cubría el
cuerpo, su bastón que le ayudaba a caminar y defenderse y una bolsa descolorida
donde guardaba sus hierbas medicinales. A su derecha, su acólito, un muchacho
delgado de dieciséis años vestido de la misma manera que el sabio, tiritaba de
frío.
─ Maaestro Kyon vaamos aa
eestar muucho tiiempo más aquíí
meeditando. No sientoo laas
piernas. Ya van ciiinco díaaas ─dijo castañeando los dientes.
El hombre no dijo nada, ni un
ápice de su cuerpo se movió.
─Maaestro vooy aa moorir aaaquíi no puedoo resisstir
eel fríoo.
Miró con cara de súplica,
aunque no recibió contestación.
Se levantó deshaciendo la
posición del loto, no sin un gran esfuerzo y sus piernas delgaduchas intentaron
en vano sostenerle. La visión de la montaña desde aquella altura era
perturbadora, un manto blanco cubría toda la superficie, aunque a lo lejos, al
final de la ladera se divisaba un pequeño pueblo. Cogiendo fuerzas desde el Ki
de su alma como había aprendido, consiguió al fin incorporarse. Pero cuando
comenzó a dar sus primeros pasos se resbaló y empezó a rodar montaña abajo. La
gran pendiente formó con su cuerpo una gran bola de nieve que se precipitó a
toda velocidad.
─ ¡AAHHHHHH MAESTROOOOO! ─chilló
desesperado, mientras daba vueltas y más vueltas. Dos kilómetros más abajo se
detuvo.
─ ¿Estáis bien?, ¡joven!
¡Respondedme! ─gritó un hombre.
El sitio olía a madera quemada y un calor gratificante
le confortaba todo su ser. Sus ojos empezaron a entrever donde se encontraba.
Estaba tumbado en el suelo y junto a él una mujer desnuda le daba calor con su
cuerpo. Bueno, esto es interesante, pensó, aunque no hizo ningún ademán
de moverse. No entendía esa actitud mojigata que
tenía su maestro sobre el sexo opuesto. Él, al contrario sentía mucha
curiosidad y alguna vez se había escapado con alguna jovencita de algún pueblo
por donde pasaban mientras el sabio
estaba orando. Reflexionó y recordó como había rodado ladera abajo y que una
voz de un hombre le decía algo.
Rápidamente volvió a mirar y
un suspiro de alivio salió de su boca. Con cuidado destapó la manta y se
cercioró de que era una mujer lo que estaba a su lado. Tenía grandes senos, un
poco caídos, pues debería de tener unos cuarenta años y un culo voluminoso. La
cara estaba de lado y no llegaba a percibirla.
La cabaña no era muy grande,
con una mesa y unas lámparas de aceite que colgaban del techo. Al fondo había
una habitación más pequeña. La puerta se abrió y una corriente de aire le hizo
darse la vuelta.
─Veo que estás mejor, monje.
Un abuelo de unos sesenta
años le sonrió con una boca desdentada. Su traje era rojo y azul típico de los
lugareños del lugar.
─Sí, gracias señor, me ha salvado usted la
vida ─ respondió rápidamente.
─Me llamo Falt y esa que está tumbada a tu
lado es mi mujer, Melta.
─ ¿Su mujer? ─miró sorprendido.
─Hola.
No pudo decir más, el monje
pegó un salto cuando vio una cara llena de arrugas y una boca negra donde
bailaban dos o tres dientes. Los dos aldeanos comenzaron a reír. Mientras él,
desnudo en la habitación se tocaba el cuerpo compulsivamente.
─No deberías levantaros así de golpe;
tenéis muchos cortes en la piel ─dijo divertido.
Pero de repente, su cara
cambió radicalmente cuando notó algo muy extraño y vio que el cuerpo del
muchacho estaba intacto.
─ ¿Cómo es posible? ─susurró.
─Me llamo Jantaro y soy un monje. No os
asustéis, esto es producto de la meditación ─dijo inseguro, pues no podía
decirle a nadie lo que él era exactamente. Cuando Falt le oyó se relajó un poco, aunque aún
sorprendido por la curación milagrosa de aquel chico. Él, ya había escuchado rumores
sobre aquellos
extraños ascetas que vivían en las montañas. Melta se levantó y se puso una
sencilla blusa. Se dirigió a la otra habitación y cuando volvió le traía unos pantalones rojos y un jersey azul
igual que los del abuelo.
Jantaro hizo un gesto
agradeciéndolo y le dio temor preguntar por sus propias ropas. Seguramente se
debieron romper en su caída. Así que sólo se limitó a ponérselas.
─ ¿Los monjes podéis beber? ─preguntó
Falt con una sonrisa
─Yo
sí ─ indicó devolviéndosela.
Anciano y joven salieron de
la casa. Todo estaba lleno de viviendas pequeñas como la de Falt y supo al
instante que estaba en el pueblo que se observaba desde la montaña.
─ ¿Qué hacías ahí arriba?
La pregunta cogió por sorpresa a Jantaro
mirando a la gente que andaba por la calle. Se encogió de hombros y le informó
de cómo su maestro meditaba cuando él perdió su conexión después de cinco días
y como cayó de la montaña.
─ ¿Y no estará él preocupado por ti? ─dijo
sorprendido.
─No, no creo que se haya dado cuenta. El
ritual de purificación tarda siete días. Por ahora estoy a salvo. Mañana subiré
otra vez y me pondré donde estaba. Ya lo he hecho otras veces ─y sonriendo dio
una patada a una piedra.
El bullicio se oía desde
fuera y cuando traspasaron la fea puerta de madera Jantaro supo que se
encontraba en una taberna. Una barra, algo destartalada, estaba servida por un
hombre con un mandil sucio. Tres clientes sentados con la cara tapada bebían
algo negro que no era zumo de moras.
─Vamos a tomar algo; invito yo ─le empujó
el anciano.
Jantaro era un monje
diferente, aunque aquel sitio era demasiado siniestro para él. Así que no con
cierto temor se acercó a Falt en busca de protección.
─ ¡Dos bombas negras! ─chilló Falt.
El camarero no hizo ninguna
señal de haber escuchado, pero a los cinco minutos puso dos vasos iguales a lo
que estaban bebiendo los otros clientes.
─ ¿Qué es esto oscuro? ─preguntó con
temor.
─ ¿Vamos chiquitín, tienes miedo? Esto
hace que seas un hombre.
Jantaro observó a Falt
bebérselo de un trago, así que con aprensión, se lo llevó a la boca y mojándose
los labios, lo tragó. Unas arcadas llamadas por el sabor amargo y fuerte
traspasaron su cuerpo. La tos empezó a llamar la atención de la gente de local
que se rió a carcajadas. Hasta el posadero que no había movido un ápice su
malhumorada cara vislumbró durante unos segundos una pequeña risa burlona.
─ ¿Qué, Falt? ¿Tú amigo no es de por
aquí, verdad? ─dijo un hombre con nariz de cuervo que estaba a unos pocos
metros de ellos.
─Es un pariente de mi mujer que ha venido
a pasar unos días con nosotros. Es de ciudad ─le respondió despreocupado.
Jantaro, ya un poco
recuperado creía que iba a vomitar hasta el alma. Escuchó la respuesta del
anciano, consciente, de que por algo, no había dicho la verdad.
─Ven, vamos por aquí.
Falt le cogió del brazo y lo
llevó hasta una puerta negra que Jantaro no había visto al entrar.
Ésta, sin tocarla se abrió y
vio en su interior diez personas que estaban sentadas en el suelo. Uno de ellos
llevaba un pañuelo rojo en la frente y tenía en las manos un cubilete con dados.
Nadie se percató de la presencia de los dos, todos estaban pendientes del
juego.
─Bueno chico demuéstrame que eres un
monje de verdad ─le susurró a la oreja.
─ ¿Cómo? No te entiendo ─dijo Jantaro
echando su cuerpo hacia atrás.
─ Vamos, he visto lo de tus heridas,
seguro que tienes más poderes ─su cara reflejaba cierta avaricia─. ¿Este juego
lo conoces?
─No ─dijo con cierto temor
Mirándole a los ojos le
explicó:
─Se llama el velo de la noche. Como puedes
ver, el hombre del pañuelo echa los
dados dentro del cubilete, luego los demás apuestan que número ha salido y el
que acierta se lleva el dinero de encima de la mesa. La suma total es de doce.
¿Entiendes?
El chico sonrió y le
preguntó.
─ ¿Y si nadie acierta el número?
─Bueno, si no lo acierta nadie el que se halla
acercado más es el ganador, pero dependiendo de cuanto más lejos esté, se
llevará un tanto por ciento. El resto es para la casa.
Jantaro sabía que no podía negarse a ayudarle.
─Bueno, con una condición.
─ ¿Cuál? ─dijo Falt con escepticismo.
─No volverás a invitarme a esa asquerosa bebida
de antes.
Falt le abrazó con cariño.
─Hecho
Los dos se sentaron
haciéndose un hueco. Algunos de los presentes movieron la cabeza hacia el
anciano y él respondió de la misma forma.
─Jueguen ─dijo el hombre del pañuelo en la
frente.
─Seis.
─Siete.
─Tres.
Mientras los hombres
apostaban éste anotaba a los jugadores y el número que habían dicho. Ya se
acercaban al abuelo que había puesto como todos, una tablilla de madera encima
de la mesa. Jantaro se concentró en la boca de su estómago para mandar el Ki a sus
ojos, que cambiando un instante de color, vieron unos segundos el futuro.
Acercándose con cuidado a su amigo le dijo el número.
─Once.
El hombre del pañuelo rojo
levantó el cubilete, Falt empezó a reírse y recogió los beneficios de encima de
la mesa. Siguieron el mismo ritual durante dos partidas más hasta que Falt se
dio cuenta de las caras de desagrado y
las miradas asesinas de los que estaban allí. Así que inteligentemente cuando
Jantaro le dijo cinco, él perdió apostando por el doce. El chico miró sorprendido
al viejo, pero no dijo nada. Las caras se relajaron y la gente jugó otra ronda
donde el anciano perdió de nuevo.
─Se te acabó la racha abuelo ─dijo un
hombre joven con sombrero que estaba enfrente.
─Ay hijo mío, la suerte viene y va ─y con
cierta modestia como si no fuera la cosa con él, escuchó el número que le dio
el monje─. Tres ─dijo sin mucha
convicción.
Por
supuesto, era lo que los dados marcaban.
─Ya te lo dije, la suerte
viene y va ─dijo mirando al incrédulo sujeto que antes había hablado con él.
El abuelo alzó una mano y
aparecieron dos chicas jóvenes. Debían de tener 18 años. Una rubia con los ojos
castaños, seguramente con el pelo tintado, pero no obstante muy guapa y la otra
morena, menos agraciada, aunque con grandes pechos. Se acercaron a ellos.
─ ¿Esto no romperá tu concentración,
verdad? ─le dijo a Jantaro al oído.
─No abuelo, el maestro me enseñó a no
desconcentrarme bajo ningún concepto. Estoy preparado ─pero no estuvo tan
seguro cuando la morena empezó a
restregarle el pecho por su espalda. De todas formas cerró su mente y volvió a
ver el número. Las fichas de madera habían formado tres montones al lado de
ellos. Aunque la habitación estaba llena de gente, Jantaro sintió la energía
vital de su maestro. Miró de un lado a otro buscándole. Una voz hizo que las
demás se callaran.
─ ¿No crees qué has tardado mucho en notar
mi presencia? Seguramente la mujer de tu
espalda haya perturbado tu quietud interior. Mi vergonzoso discípulo.
Todas las miradas fueron para
un anciano con la cabeza rapada y una faz tranquila que miraba sin rencor al
otro lado de la sala.
─Maestro, no han pasado siete días.
¿Habéis interrumpido vuestra meditación? ─dijo Jantaro con miedo.
─No. Parece que has contado mal y esta vez
te he pillado con todas las de la ley.
El muchacho se dirigió hacia el abuelo.
─Falt; ¿cuánto tiempo estuve en tu casa?
Éste, viendo el peligro de aquello, contestó
rápidamente.
─Una día entero, joven.
Jantaro hizo una mueca de
dolor y volvió su cara a la del monje.
─Perdón maestro.
El anciano le lanzó su bastón
y con un gesto le volvió la espalda.
─Yo si te perdono, pero estos caballeros
no sé qué harán cuando sepan que has estado utilizando tu mente para adivinar
siempre el número. Te espero fuera.
Con un andar casi
imperceptible salió de la habitación. Todos
los jugadores y los organizadores del juego se levantaron al unísono con
caras de muy pocos amigos.
─Parece que nos han pillado mi joven
amigo, ¿Sabes pelear?
Falt sacó un pequeño cuchillo
escondido en un forro interior de su jersey, pero Jantaro lo cogió del brazo,
he hizo un gesto negativo.
─Yo me encargo.
De repente el palo del joven monje empezó a
girar de izquierda a derecha, retrasando a sus oponentes y con un salto hacia
atrás se colocó en una posición más ventajosa donde pudiera defenderse mejor.
Un hombre con una barba negra y pelo largo se acercaba a él con el puño
cerrado, pero Jantaro reaccionó y le dio
con precisión un golpe en la cabeza. Se
abrió de piernas cuando un cuchillo pasó rozando su cara y en el suelo movió su
cuerpo acertando a tres en las rodillas haciéndolos perder el equilibrio.
Rápidamente, se levantó con un giro y dando una pirueta en el aire dejó sin
conocimiento a otros dos.
El Bastón era una extensión
de su cuerpo y a los cinco minutos en la sala sólo quedaban de pie: él, el
anciano y las dos chicas. Dándose la vuelta hacia Falt le dijo.
─Sí, se pelear.
El anciano se rió y los dos
salieron por la puerta sin que los que al otro lado quedaban se atrevieran ni a
toserles.
Jantaro miró al suelo cuando
se percató que afuera estaba su maestro. El sabio, sin prisa puso su mano en el
rostro del discípulo y le dio unos toquecitos. Su cara era afable y sin malicia.
Habló con Falt.
─No nos han presentado, soy Kyon, un
placer conocerle.
Falt, desorientado y sabiendo
que se encontraba ante un hombre santo y poderoso sólo pudo hacer un leve gesto
de asentimiento.
─Se llama Falt y es el abuelo que me recogió
en la nieve ─dijo Jantaro viendo su reacción.
El monje hizo un movimiento
sutil con su cuerpo.
─Vamos Jantaro, debemos llegar en dos días
─y salió andando calle arriba.
El muchacho se despidió con
la mano mientras seguía al sabio. Falt sólo pudo moverse unos minutos después. Aquel
hombre santo sí que imponía, pensó.
Un ajetreo inusual de gente
corriendo por las calles se estaba dando en el reino del Señor de Larimar.
Carros tirados por bueyes sagrados de cornamenta dorada eran llevados por lo
siervos. Cargaban desde comida hasta flores bendecidas para la oración. La Avenida Mayor era un
hervidero de ruidos, animales y gente. El gran señor, el inmortal regente del
consejo, había dado orden de preparar los palacios porque en seis meses
comenzaría la reunión.
De repente, un caballo que
llevaba a un noble se encabritó al pasar cerca de un carromato. El jinete cayó
al suelo y el animal desbocado asustó a los otros animales produciendo un caos.
Desde una ventana una muchacha de pelo rubio largo hasta la cintura y ojos
azules observó la situación. Vestía un traje verde ajustado y una capa azul con
el símbolo de su señor, una piedra de Larimar. Saltó del edificio donde se
encontraba a más de seis pisos del suelo y sin un rasguño sacó su espada. Ya en
el suelo murmuró unas palabras y el tiempo se ralentizó. Ella, con aire
altanero se acercó al animal y tocándole el lomo lo calmó. Cinco segundos
después todo había vuelto a la normalidad y éste lamía la cara de la chica.
─Vale, vale, no seas pesado ─dijo ella
limpiándose la mejilla con una manga.
Una voz que procedía de un hombre que se acercaba
corriendo la increpó.
─Sólo eres un simple soldado, ¿qué hacen
tus asquerosas manos tocando a mi animal?
Con un gesto de asco golpeó la
mano de la joven y cogió la brida. Ella ya estaba sacando su espada para
cercenar la cabeza de aquel asqueroso noble, cuando alguien agarró su brazo en
el mismo momento en que la estaba desenfundando.
─Gatira, tranquila ─le dijo una voz de
hombre al oído.
─ ¿Barón, no cree que ha sido un poco
irrespetuoso con la dama? ─éste, que ya iba a insultar y castigar al idiota que
se había atrevido a hablarle, tuvo
que
detenerse de improviso al observar a un chico moreno y bien parecido. Al
instante, le reconoció y se arrodilló en el suelo ensuciándose en un charco de
barro.
─Discúlpeme mi príncipe.
El miedo le hacía no levantar
la mirada del suelo.
─A mí no Barón, a la chica ─dijo
divertido.
Tirado en la calle y
mirándola con odio por ser humillado públicamente, se disculpó.
─Siento haberos molestado mi señora.
El príncipe levantó la mano y
el noble todo sucio se incorporó, hizo un gesto de despedida y se marchó murmurando
indignado.
─ ¿Por qué me ha detenido? ─dijo ella
echándose el pelo hacia atrás.
─Bueno, no está bien que vayas decapitando
a la gente Gatira, aunque ese soberbio seguramente se lo mereciese.
Ella le miró a los ojos y
sonrió. Estaba prendada de él. Aunque ella fuera la segunda al mando de la
guardia personal del Señor de Larimar nunca podría estar a la altura de su séptimo hijo y capitán de
su guardia. Era el único hombre junto con su padre, al que respetaba. Los demás
para ella eran sólo basura.
Tocó el brazo de la chica.
─ ¿No crees que esto sea algo irrepetible?
─hablaba el capitán mientras andaba
─ ¿El qué? ─respondió ella mientras le
seguía.
─
La reunión, la última fue hace diez mil años, pocos son los que la
recuerdan.
Ella sabía que la seguridad
de su señor era lo principal y con un gesto de disgusto le respondió.
─Se han hecho todos los preparativos para
que tu padre esté seguro.
Él se paró en seco mirando al
cielo.
─Sé que todo está dispuesto, pero la
reunión es para elegir al nuevo regente. Si se equivocan en su decisión todos
estaremos en peligro.
Gatira respondió sin dudas.
─Yo confió enteramente en el Señor de
Larimar, príncipe Asino.
─Sí, yo también ─asintió─.
Sabiendo que había utilizado su título como hijo del Señor de Larimar.
(CONTINUARÁ)
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