La creación de un Dios no es
fácil, deben coincidir diferentes condiciones poco comunes a la vez. No existen
muchos en este mundo y cada uno de ellos depende de la Humanidad. Sin los deseos de la gente y sin su fe, desaparecían. Los
acontecimientos que se deben conjuntar
son asombrosamente particulares. Estas máximas inamovibles deben
cumplirse en un orden determinado: La oscuridad de la noche debe de ser la cuna
en donde nazca, la naturaleza estará presente como testigo, (el centro de una
ciudad es un lugar repleto de acero y aluminio, aunque a veces hay vergeles
donde la vida crece sin importar la contaminación inherente al progreso). Otra
condición es que un ser humano pida un deseo con todo su corazón a un hijo de
la naturaleza: un árbol, un animal, una montaña o simplemente una roca, y el
último es que una música esté presente
en el ritual. No puede ser una cualquiera, si no una lo suficientemente
inspirada para hacer aflorar lo mejor y lo peor de la gente; un canal para la
invocación.
Alberto Ruiz era un
guitarrista de una banda que estaba comenzando a moverse. Corría el año 86 y
fue una época donde el heavy era el gran triunfador: Iron Maiden, Motor Head,
Saxon, Baron Rojo…
Un tiempo donde la gente
disfrutaba in situ de una música que
jamás morirá. Un sueño de acordes que forman una armonía tan perfecta como
salvaje. No existía nada parecido y
Alberto lo sabía. Su banda “43 grados” ya había tocado en salas importantes
como Barrabás, Canciller y había sido telonero de los Obus en un concierto en
las fiestas de un pueblo de Burgos.
Su pelo largo moreno y liso
caía siempre sobre su cazadora vaquera sin mangas con el dibujo cosido del
“Number of the beast” de Iron Maiden. Su
figura característica hacía que la gente le reconociese en la calle y fueron
dos seguidores de manga japonés de su barrio, los que empezaron la leyenda.
Un día se desplazó fuera de
Madrid. De mano de su novia Ariana, fue conducido a un botellón en un
parque. La gente a su alrededor eran de
otra movida, sus ropajes llamativos y su cultura musical no le transmitían
nada. Él se alejó con su botella de vodka dejando a ella hablando con dos
chicas que en el fondo parecían simpáticas. Andando sin rumbo, escuchó sus
pensamientos, sus deseos más profundos; aquellos que están escondidos en nuestra
cabeza. Hay veces que los olvidamos y nos convertimos por desgracia en engranajes perfectamente sumisos de esta
sociedad, pero aquel día no. Soñaba con componer la mejor canción de todos los
tiempos. El alcohol ayudaba a abrir la ventana de saber lo que es o no es real,
y en aquel momento pedirle a un roca del suelo tu más intenso deseo podría ser
visto como el acto de un loco. Poco a poco de sus labios surgió su petición y
el silencio lo inundó todo. El tiempo se paró y sonó de la oscuridad de la noche
“Iron man” de Black Sabbath, un radiocasete que se encontraba alrededor de unos
Heavys era su divino transmisor.
Alberto hincó la rodilla en
el suelo embarrado y volvió a pronunciar las palabras que resonaban en su
corazón.
─¡DIOS, DESEO TOCAR LA MEJOR CANCIÓN DE LA
HISTORIA!
Dos chicos andaban cerca de
allí y miraron a aquel borracho que parecía no estar en sus cabales, y le
reconocieron al instante. Uno de ellos tocó el hombro del otro y le señaló con
sorna al sujeto de su barrio en cuestión. Alberto miraba a la roca con la fe
inquebrantable de saber que aquello era lo que tenía que hacer. Los dos amigos
se rieron y siguieron su conversación, ignorándole.
─Me han traído el manga desde Japón y, ¡TE
HE DICHO QUE ES KAMISAMA! ─el viento invocado por el nombre del nuevo Dios
invadió el espacio y el ritual. Las palabras del chico quedaron ahogadas─.
Picolo y él son la misma perso…. ¡QUÉ OCURRE!
Del deseo de un hombre, de la
música de un genio y del nombre que le dieron, nació él. Un Dios de roca y
metal…
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