martes, 2 de julio de 2013

LA CREACIÓN DE UN DIOS NO ES FÁCIL

La creación de un Dios no es fácil, deben coincidir diferentes condiciones poco comunes a la vez. No existen muchos en este mundo y cada uno de ellos depende de la Humanidad. Sin los deseos de la gente y sin su fe, desaparecían. Los acontecimientos que se deben conjuntar  son asombrosamente particulares. Estas máximas inamovibles deben cumplirse en un orden determinado: La oscuridad de la noche debe de ser la cuna en donde nazca, la naturaleza estará presente como testigo, (el centro de una ciudad es un lugar repleto de acero y aluminio, aunque a veces hay vergeles donde la vida crece sin importar la contaminación inherente al progreso). Otra condición es que un ser humano pida un deseo con todo su corazón a un hijo de la naturaleza: un árbol, un animal, una montaña o simplemente una roca, y el último es que  una música esté presente en el ritual. No puede ser una cualquiera, si no una lo suficientemente inspirada para hacer aflorar lo mejor y lo peor de la gente; un canal para la invocación.
Alberto Ruiz era un guitarrista de una banda que estaba comenzando a moverse. Corría el año 86 y fue una época donde el heavy era el gran triunfador: Iron Maiden, Motor Head, Saxon, Baron Rojo…
Un tiempo donde la gente disfrutaba in situ de una música que jamás morirá. Un sueño de acordes que forman una armonía tan perfecta como salvaje.  No existía nada parecido y Alberto lo sabía. Su banda “43 grados” ya había tocado en salas importantes como Barrabás, Canciller y había sido telonero de los Obus en un concierto en las fiestas de un pueblo de Burgos.
Su pelo largo moreno y liso caía siempre sobre su cazadora vaquera sin mangas con el dibujo cosido del “Number of  the beast” de Iron Maiden. Su figura característica hacía que la gente le reconociese en la calle y fueron dos seguidores de manga japonés de su barrio, los que empezaron la leyenda.
Un día se desplazó fuera de Madrid.  De mano de su novia Ariana,  fue conducido a un botellón en un parque.  La gente a su alrededor eran de otra movida, sus ropajes llamativos y su cultura musical no le transmitían nada. Él se alejó con su botella de vodka dejando a ella hablando con dos chicas que en el fondo parecían simpáticas. Andando sin rumbo, escuchó sus pensamientos, sus deseos más profundos; aquellos que están escondidos en nuestra cabeza. Hay veces que los olvidamos y nos convertimos por desgracia en  engranajes perfectamente sumisos de esta sociedad, pero aquel día no. Soñaba con componer la mejor canción de todos los tiempos. El alcohol ayudaba a abrir la ventana de saber lo que es o no es real, y en aquel momento pedirle a un roca del suelo tu más intenso deseo podría ser visto como el acto de un loco. Poco a poco de sus labios surgió su petición y el silencio lo inundó todo. El tiempo se paró y sonó de la oscuridad de la noche “Iron man” de Black Sabbath, un radiocasete que se encontraba alrededor de unos Heavys era su divino transmisor. 
Alberto hincó la rodilla en el suelo embarrado y volvió a pronunciar las palabras que resonaban en su corazón.
     ─¡DIOS, DESEO TOCAR LA MEJOR CANCIÓN DE LA HISTORIA!
Dos chicos andaban cerca de allí y miraron a aquel borracho que parecía no estar en sus cabales, y le reconocieron al instante. Uno de ellos tocó el hombro del otro y le señaló con sorna al sujeto de su barrio en cuestión. Alberto miraba a la roca con la fe inquebrantable de saber que aquello era lo que tenía que hacer. Los dos amigos se rieron y siguieron su conversación, ignorándole.
     ─Me han traído el manga desde Japón y, ¡TE HE DICHO QUE ES KAMISAMA! ─el viento invocado por el nombre del nuevo Dios invadió el espacio y el ritual. Las palabras del chico quedaron ahogadas­─. Picolo y él son la misma perso…. ¡QUÉ OCURRE!

Del deseo de un hombre, de la música de un genio y del nombre que le dieron, nació él. Un Dios de roca y metal…

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